Actividad paranormal

Crítica de Marcelo Pavazza - Crítica Digital

El terror que salió de la web

Una buena vuelta de tuerca termina siendo este tan publicitado film de terror basado en el registro de unas cámaras de vigilancia.

Se dijo de todo. Que transformó 15 mil dólares en un par de centenas de millones aquí y allá, que el mismísimo Steven Spielberg quedó fascinado –y aterrado– después de verla (tanto que recomendó su compra a la Paramount y hasta le cambió el final), que nos conecta con el terror más primitivo –ese infantil, que aparecía en cada crujido nocturno y llevaba la sábana hasta las orejas en señal de inútil protección–, y así.

Lo cierto es que aquí está por fin Actividad paranormal, la película de más suceso en Estados Unidos en 2009, que amenaza con extender ese mega éxito adonde quiera que la lleven. Un simple film de terror apoyado en aquel formato inaugurado en 1999 en The Blair Witch Project, que consistía en la mera exposición de un “material encontrado en el lugar de los hechos”, escondiendo así, sagazmente, una producción que jamás ranquearía con los parámetros requeridos para un proyecto hollywoodense. Como internet propaga las cosas de una manera que difícilmente pueda mensurarse, el fenómeno Actividad... se ha transformado en una bola imparable que combina promoción con novedad, negocio con verdadera valía cinematográfica.

El resultado es una película que si bien descubre el costado más inteligente de su realizador, también desnuda cierta impericia. Recordemos: una pareja se muda a una casa. Ella es perseguida por un demonio. En la casa, de noche, especialmente mientras duermen, el demonio los atormenta. Plantan cámaras de vigilancia y lo que vemos son esas grabaciones. Mientras el film logra generar un miedo genuino en el espectador –y hay que ser de acero inoxidable en ciertas secuencias para no sentirlo-, algunas preguntas de lógica narrativa quedan en suspenso (alguien podría, con algo de cinismo, preguntarse a qué grado de alienación llega esta gente para no apagar nunca la camarita). Cuando esto no ocurre, el puro procedimiento no alcanza para darle densidad cinematográfica a la experiencia. Sin embargo, sí aparece esa cosa llamada suspenso, que es –siempre- la razón por la cual cualquier arte narrativo sigue existiendo. Una vez que establecemos empatía con esos personajes tan parecidos a nosotros, tenemos miedo de lo que pueda pasar y, en ese sentido, si el film no es excelente por lo menos funciona. Ahora bien: el problema básico es que se trata de ínfimas variaciones sobre un dispositivo técnico y no las múltiples posibilidades de un mundo creado para la pantalla. Así, las alternativas del susto tienen que ver más con el ritmo con que se suceden que con su naturaleza, con esa cosa metafísica que nos transforma en personas temerosas. En suma, con la potencia fantástica de lo desconocido. Actividad paranormal se queda pues en la superficie del miedo. Hay que admitirlo: con profesionalismo y herramientas sofisticadas, pero sin ese sostén metafísico que hace que los grandes ejemplos del género (podemos decir El exorcista) siga vibrando en la memoria para siempre. Una buena vuelta en la montaña rusa del horror, y nada más.