Actividad paranormal: Los marcados

Crítica de Cecilia Martinez - Función Agotada

No hay nada interesante respecto de la nueva entrega de Actividad Paranormal: Los Marcados. Me confieso no muy amante de la saga, si se la quiere llamar así, y debo decir que el orden cronológico de estreno y la verdadera cronología ficcional de todas las entregas me tuvo un tanto confundida hasta que alguien me iluminó un poco el sendero.

El recurso puesto de moda gracias a El Proyecto Blair Witch me dejó de interesar casi con El Proyecto Blair Witch. El tema del found footage y la cámara en mano se agota rápidamente, por ende, no concibo una saga que lleva cuatro entregas utilizando el FF como único recurso.

Las que recuerdo bien eran las primeras, pero las recuerdo, más que nada, por la falta de acción, algo imperdonable en una película de terror. Todo era captado por una cámara de seguridad de una casa, con un bebé que, cada tanto, era arrastrado hacia arriba en su cuna, por algún ente que supuestamente deambulaba por ahí y que, además, golpeaba puertas. Después le tocó el turno a otra en la que la víctima era una chica, de novia con un chico, que parecía no poder descansar muy bien de noche. Otro ente (o el mismo que se había ensañado con el bebé, no lo sé) la destapaba continuamente y le tiraba de la pierna u otros agravios del estilo. Hasta que la chica terminaba poseída por el espíritu y mataba a su novio. Todo con grabaciones de cámaras de seguridad.

Esta nueva entrega de AP (que creo que es anterior a una pero posterior a otras y se conecta con alguna otra) también se vale del FF pero ya no de cámaras de seguridad. Ahora, la responsable de mediar entre el horror y nosotros espectadores es la cámara en mano de unos amigos mexicanos que empiezan a percibir ciertos fenómenos paranormales y de magia negra en una casa vecina.

Pasan cosas raras y los amigos deciden ponerse a investigar por su cuenta, y recurren a una especia de Ouija (pero sin el tablero ni las letras ni nada, más bien una especie de juguete de niños que se ilumina) que les va contestando por sí o por no a sus indagaciones insistentes. Uno de ellos, luego de tener contacto con una persona aparentemente poseída, empieza a mostrar signos de posesión él mismo, y sus amigos notan el cambio cuando ya es demasiado tarde. Todo siempre captado con la camarita en mano.

Pero lo que resulta extraño de la película y del recurso del que se vale es la edición. Se supone que tenemos acceso a la misma información que tiene la persona que filma, que estamos viendo eso que él ve y ahí radica un poco, tal vez, el factor miedo. La cámara es la subjetiva de un personaje, no tiene acceso ilimitado, por ende vamos viendo un recorte de la realidad y, muchas veces, eso que no vemos, eso que la cámara no capta, el fuera de campo, es lo que más miedo provoca. Como decía, entonces, resulta raro que ciertas escenas estén editadas, cuando la película, en todo momento, se vale de la cámara en tiempo real, y se funda sobre el precepto de que vemos lo que la cámara ve, sin edición, porque así fue captado. Entonces, cuando en un momento –entre otros en los que ocurre esto– dejan la cámara en el piso y queda una chica sola, esperando y, de golpe, vemos cortes en el plano, para acelerar el tiempo de la acción, el recurso deja de funcionar. Ya no estamos frente a una pretensión de tiempo real, captada por una cámara, por una subjetiva, y mostrada a nosotros en simultáneo con la acción, como lo capta el ojo. La consecuencia es un efecto de extrañamiento, y la edición que mata la fantasía del FF puro, no editado.

Si en algo funcionaba El Proyecto Blair Witch era justamente en eso, en mostrar todo lo que la cámara captaba, sin edición, simplemente con los cortes de la cámara cuando se apagaba. Acá se percibe mucha arbitrariedad –por no decir mal uso, o falta de conocimiento– en cuanto al uso de la cámara. Hay edición de algunas escenas y eso atenta contra la pretensión de inmediatez y de realismo. A menor edición de las escenas, a menor mediación, a mayor realismo, más creíble se vuelve lo que vemos y, por ende, más impresionante, porque tenemos la sensación de estar presenciando algo que realmente ocurrió, sin haber sido alterado por nadie.

Pero no solo hay problemas en el ámbito de lo formal.

Además de chota, esta parte de la saga le suma xenofobia a sus cualidades cinematográficas, algo que cada tanto aparece en el imaginario de cierto cine hollywoodense, en la mirada respecto de lo latino, y de los mexicanos en particular. Así es presentado el universo y son presentados los personajes de AP5. La película está ambientada en Oxnard, ciudad eminentemente habitada por inmigrantes mexicanos.

Desde los rituales de magia negra hasta las bandas de narcotraficantes, la película está construida sobre la base de estereotipos y mitos respecto de los mexicanos, que terminan retroalimentándose con los preconceptos ya existentes y universalmente aceptados (o aceptados por cierta factoría hollywoodense de películas sobre ‘chicanos’ y latinos).

El mexicano es retratado como el peligro, el peligro de los carteles de narcotráfico, del tráfico de armas, la violencia, la inmigración indocumentada. Cuando los amigos tienen que ir a rescatar al amigo poseído, acuden al hermano de un chico fallecido -también por posesión diabólica- que es como una caricatura del mexicano narco: pelo largo, cara de pocos amigos, tatuajes, musculosa, drogas y un arsenal de armas en el baúl del auto, como quien lleva una caja atestada de Black & Decker. Su compañero es un gordo pelado, grandote, de fisionomía similar, que no duda un instante en hacer volar a una señora de un escopetazo. Todo el universo de los protagonistas es un universo de chicanos, casi fuera de los márgenes de Estados Unidos, en tierra de nadie, con una representación hasta geográfica que se condice con esta idea de lo sucio y lo sombrío: matones, droga, armas, violencia, callejones oscuros.

Y los rituales de magia negra y brujería también son mostrados como una práctica habitual dentro una cultura barbárica que, por ignorancia, por falta de educación, le da entidad a cuestiones como la brujería y lo sobrenatural.

Estamos frente a una representación tendenciosa y nada casual de un mundo que se desconoce, que se rechaza, del que se toma distancia, sobre el que se quiere reafirmar algo, como quien filma la pobreza pero en su vida se metió en una villa y (re)trata a los pobres como si fueran ratas.

Pero la xenofobia de la última Actividad Paranormal tiene un componente que se relaciona con el found footage: para ese subgénero lo que importa es lo desconocido, lo que no se comprende. Y en ese punto las anteriores partes de la saga se encargaban de familias blancas y estadounidenses tradicionales. En un momento de AP5 se da un encuentro entre mexicanos y blancos. Y el mexicano se convierte en parte del horror de los blancos, con intrusión en la casa y todo. Esta idea no solo es xenófoba, sino el perfecto reboot para la saga: cuando ya nada sorprende, hay que buscar lo desconocido dentro del mundo de los vecinos. El miedo de Actividad Paranormal: Los Marcados es tanto sobrenatural como material. De ahí que su xenofobia no sea casual.