Acá y Acullá

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Más preguntas que respuestas

El genocidio armenio es uno de los aberrantes crímenes de lesa humanidad que aún hoy a más de 100 años de haberse producido no tiene reconocimiento unánime y sobre el que existe una enorme capa de desinterés, tal vez por tratarse de una comunidad cuya diáspora no guarda correspondencia con algunos lugares o países como puede ocurrir con la otra diáspora más conocida, la judía.

Argentina es uno de los países con mayor presencia del pueblo armenio actualmente, por eso la singularidad de este documental no guarda un nexo con algún tipo de idea de reparación histórica sino que parte de una base de pregunta sobre el porqué de la ausencia de transmisión generacional de una historia de casi un siglo, algo que motivó a su director Hernán Khourián a diseñar un taller de cine en el Colegio Armenio Jrimian, de Valentín Alsina, para que los propios alumnos no sólo tomaran conocimiento del manejo de herramientas como una cámara, un lenguaje audiovisual para transmitir mensajes, sino que generaran la inquietud en su entorno familiar para conocer algún aspecto relacionado a la identidad Armenia, a un territorio en un lugar del mundo de donde tal vez alguno de sus ancestros tuvo que escapar de la masacre del Imperio Otomano, entre otros lazos que parecen cortados de cuajo por el silencio, el desinterés por el pasado o las enormes marcas del dolor en casos de destierro tal como la diáspora armenia.

La pregunta disparador sobre el olvido y la memoria se unifica al darle voz también a una escritora, tercera generación de armenios que plantea la necesidad de sembrar un presente desde el lenguaje y sin darle tanta cabida al entierro de la historia o la forma parcial en que se relata la suerte de la diáspora. Lo desaparecido necesita aparecer transformado y la memoria generar preguntas más que recordar respuestas. Pero eso solamente es un apartado de esta experiencia que involucra alumnos de primaria y secundaria para aplicar el lenguaje audiovisual como fuente de producción de contenidos, buscar la materia prima en el afuera a la vez de involucrarse con historias familiares, siempre abierto a la devolución de las demandas de ellos en materia de creación o resolución técnica.

Si uno tomase las referencias que estos alumnos traen cuando se les pregunta como una de las consignas antes de pasar a la propuesta de la diáspora, causas, consecuencias, dudas, emociones y lo que surge, qué es el cine, de inmediato aparecen respuestas que tienen en común dos conceptos: espacio para compartir y familia. Quizás desde un taller de cine que es un espacio donde se comparten historias también se pueda aprender Historia, lejos de los libros de texto o las lecciones autómatas que llegan a destiempo para esta adolescencia 3.0 porque la inquietud por saber siempre se produce cuando menos se la fuerza o intenta al menos trazar una línea entre lo real y lo imaginado.

¿Se puede olvidar el olvido? ¿se puede estar sin estar? ¿se puede pertenecer a un lugar que jamás se conoció? Sea acá o acullá, siempre que existan más preguntas que respuestas y documentales de tanta creatividad expuesta como este nada es imposible.