Acá y Acullá

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

“Habría que desenterrar la tierra”

La fecha de estreno de la nueva película del docente y realizador platense  es todo menos casual: un día después del 24 de abril, fecha en la cual el calendario nacional fija el “Día de acción por la tolerancia y el respeto entre los pueblos”, recordatorio del inicio del genocidio armenio en el año 1915, con la detención del primer par de centenares de habitantes de ese origen en la ciudad de Estambul. Pero Acá y acullá dista mucho de ser un documental formalmente clásico; mucho menos una conmemoración oficial del Gran Crimen. El director de Las sábanas de Norberto no recurre a la voz en off o al material de archivo y todo aquel espectador que pretenda encontrarse con contextos políticos, cifras y datos históricos deberá echar mano a otras fuentes. El origen de la película no es otro que un taller cinematográfico dictado por el realizador en un colegio armenio (aunque abierto a toda la comunidad) de Valentín Alsina, hace exactamente cuatro años, cuando se cumplió un siglo del comienzo del exterminio.

“Habría que desenterrar la tierra”, afirma la escritora argentina Ana Arzoumanian –y ex alumna de esa institución– cerca del final del viaje. La referencia es a una anécdota personal ligada a un viaje al país de sus ancestros, pero puede extenderse de manera metafórica al que posiblemente sea el tema central de Acá y acullá: la construcción personal y colectiva de la memoria, con sus laberintos y callejones sin salida, sus imágenes concretas y tangibles y sus fantasmas difíciles de exorcizar. Las palabras de Arzoumanian se escuchan en más de una ocasión a lo largo de la proyección, su voz y su rostro disueltos u ocultos entre otros planos visuales y sonoros, procedimiento con dejos godardianos (del Godard videasta) que Khourian utiliza de manera constante, como si se tratara de un palimpsesto audiovisual que remitiera formalmente a la propia temática del film. ¿Qué saben los chicos de sexto año de primaria sobre el genocidio, tanto los que pertenecen a la comunidad armenia como los que no? ¿Qué piensan sus padres y sus abuelos, aquellos que recibieron de primera o segunda mano la trasmisión de los recuerdos?

El trabajo concreto del taller    –la investigación intrafamiliar y comunitaria, el proceso de construcción de un guion– es reconvertido por el realizador en material para su propia película, que incluye algunas de las entrevistas realizadas por los alumnos. Algunas viejas fotografías en blanco y negro conservadas por familiares de sobrevivientes son desempolvadas y exhibidas en clase como parte del proyecto. “¿Qué es el cine para vos?”, escribe bazinianamente un chico en un papelito, antes de que Khourian proyecte un fragmento de un film de Flaherty. Sobre el final, algunos de los alumnos responden a la simple pregunta “¿cómo te imaginás Armenia?”. Las respuestas van de lo aprendido por la fuerza de la costumbre (el Monte Ararat como símbolo máximo) a lo imaginativo y sorprendente, en un cierre que refuerza uno de los conceptos centrales de la película: en palabras de Arzoumanian, la imaginación como práctica primordial “para hacer aparecer lo humano”.