Abrir puertas y ventanas

Crítica de Silvina Herrera - Nuestros actores

Las puertas que se abren y se cierran tienen una tradición en la literatura y en el cine como elementos que enmarcan espacios y construyen una continuidad narrativa. En Franz Kafka una puerta custodia la ley, en Fedor Dostoievsky las puertas definen la incomunicación entre las personas, en Samuel Beckett se vuelven el camino a la desintegración. Abrir puertas y ventanas, la primera película de Milagros Mumenthaler, rescata este recurso y lo utiliza para definir estados de ánimo y emociones que atraviesan las tres protagonistas principales.

Más cerca de Ingmar Bergman que de las prácticas conocidas de directores argentinos, el cine de Mumenthaler se emparenta al de Lucrecia Martel, Celina Murga o Ana Katz en esa cuestión que ensombreció durante décadas la cinematografía local que es el manejo de la sutileza. En Abrir puertas y ventanas hay más silencios que ataques de ira, hay más miradas de tristeza que diálogos forzados, más roces que encuentros arrancados.

La película transcurre en un único espacio que es la casa en la que viven tres hermanas, interpretadas por María Canal, Martina Juncadella y Ailín Salas. La cocina, las habitaciones, los pasillos externos y el patio son los escenarios elegidos para ubicar las situaciones de una familia que quedó desarmada. La abuela murió y los padres no están, la falta de explicaciones genera un clima de misterio y melancolía que hacen de Abrir puertas y ventanas una película preciosa y disfrutable, llena de detalles como el color de las paredes, la lluvia detrás del vidrio o la música que acompaña la intimidad de cada una de las hermanas. La casa y los objetos que la habitan, como un colchón que vibra, un sillón viejo, una lámpara blanca y negra, se subjetivizan para dar cuenta de los estados internos de las protagonistas, se transforman en la prolongación externa de los mundos internos.

Nada extraordinario sucede en la casa: es detenerse en la cotidianeidad de las sensaciones, en no saber qué hacer para salir de la desidia de todos los días. La hermana más chica no puede ni levantarse de la cama, la del medio trabaja y va a la facultad rodeada de una bronca detenida, y la mayor espía qué hace el vecino en quién deposita todo su deseo. El quiebre de la rutina modifica esa aparente tranquilidad y hace replantearse el presente y el futuro. La supuesta quietud se rompe y las actitudes dan un giro. Necesitan cambiar los muebles, remover las raíces de la tierra del patio, conquistar al vecino. La única referencia externa es una pared roja de ladrillos que remite a la quinta presidencial, y permite ubicar la situación en el norte del Gran Buenos Aires, pero la cámara nunca sale, se coloca siempre de este lado de la puerta de entrada y salida.

Milagros Mumenthaler logró con su primer largometraje recrear con melancolía y sutileza el universo femenino, sin los estereotipos en los que suele caer muchas veces el cine argentino. No por nada, en el momento de elegir una película para ver una tarde de lluvia y aburrimiento, la hermana del medio pide una romántica, una comedia, pero reclama por favor "que no sea nacional".