Abraham Lincoln: Cazador de vampiros

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

En muy poco tiempo los nuevos enfoques sobre clásicos infantiles, con la exitosa Snow White and the Huntsman y la pobre Red Riding Hood o las próximas Jack the Giant Killer y Hansel and Gretel: Witch Hunters, se han revelado como una fuente no del todo explorada de la cual extraer preciados recursos. Consciente de que el pozo eventualmente se acabaría, aunque la magia del reboot pueda relanzar franquicias ad infinitum, Seth Grahame-Smith (creador de Orgullo, Prejuicio y Zombies) trabajó sobre un concepto potencialmente inagotable: las nuevas perspectivas sobre figuras históricas. El segundo de sus libros, el primero en ser llevado a la pantalla grande, es Abraham Lincoln: Vampire Hunter, best-seller que ve en los motivos de su éxito como novela las razones de sus fallas como adaptación cinematográfica.

De la mano del kazajo Timur Bekmambetov, director de Wanted, el futuro 16º presidente norteamericano avanza en su formación como soldado en la lucha contra las fuerzas de la oscuridad. Combate hacha en mano a sus representantes sobrenaturales, una legión de vampiros con base en el Sur, y posteriormente a los humanos, a los sureños esclavistas, armado de los conocimientos e ideales que le darán un lugar en la Casa Blanca. Su revisionismo histórico plantea un vínculo entre ambos enemigos, con una siniestra trama oculta que aborda temas "serios" como la esclavitud y la Guerra Civil, y signa la suerte de la Nación con un intenso derramamiento de sangre de vivos y muertos.

Lo cierto es que Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros sigue siendo un rótulo fuerte que difícilmente encuentre a algún desprevenido. Dos puntos separan ambas partes de una película que se balancea entre la autobiografía y la burla, con un dudoso equilibrio que perjudica el resultado final. En sus libros, Grahame-Smith se dedicó no solo a incluir aspectos sobrehumanos en historias ya conocidas, sino que se puso a la tarea de sumarlos cuidadosamente previa copia de los estilos originales. Este detalle, que lo ha convertido en el abanderado de la literatura clásica paródica, tal como muestra el profundo conocimiento sobre la figura del Honesto Abe, es la razón fundamental por lo que la película falla.

Probablemente alentado por los millones de copias que ha vendido, el autor siente un profundo respeto por su propio trabajo e incurre en el error de tomarlo con demasiada seriedad. Alejado de la conclusión que cualquiera puede obtener con la sola mención al título, procede a ignorar el motivo de su escrito y la razón de ser de su obra. Abunda en diálogos ampulosos y solemnes, vive la historia como la cuentan los libros, como si cada línea fuese una cita textual. La clave se encuentra en que trata de darle a su guión, al igual que a su novela, una pátina de credibilidad que en más de un momento lo lleva a perder el rumbo.

En secuencias como el combate en el tren o la pelea a caballo, se ven las posibilidades que estaban al alcance, con un Lincoln de los excesos en un festín ridículo que, de haber continuado, habría entregado un mejor resultado. También allí se encuentra lo buscado por Bekmambetov, más preocupado por el funcionamiento del digital (el efectismo del 3D con los ojos brillantes de los vampiros, por ejemplo) que por el desarrollo de un argumento. El temor a aquello que plantea es lo que marca el destino de la película, inmersa en un compromiso a medias. El miedo a meterse en forma completa con una figura histórica lleva a acabar con una propuesta que no es autobiográfica ni del todo paródica, ni respetuosa con su personaje ni libre en su tratamiento, sino una mezcla pobre de todo.