Abraham Lincoln: Cazador de vampiros

Crítica de Marina Yuszczuk - Otros Cines

Una película que no muestra los colmillos

El título de Abraham Lincoln: Cazador de vampiros parte de una operación hermosa, creativa, desprejuiciada y potencialmente arriesgada: la de mezclar, cruzar órdenes tan disímiles como son la Historia, usualmente solemne y hasta sagrada, con las historias de terror, esas que hace tiempo pasaron de la literatura al cine y que se mueven con libertad en el terreno de la pura invención, sabiéndose ficciones.

El guionista Seth Grahame-Smith (que también escribió Sombras tenebrosas) de hecho contó que el proyecto surgió cuando vio en la vidriera de una librería, juntas pero cuidadosamente separadas, estas dos cosas que marcan tendencia en el presente: por un lado, las biografías de personajes históricos; por el otro, la saga Crepúsculo (aunque ojo, los vampiros de Grahame-Smith no tienen nada de esa raza vegana; estos muerden, chupan sangre y más bien se parecen a un ejército de zombies).

Pensándolo un poco, no es raro que a alguien se le haya ocurrido esta película sino que a nadie se le haya ocurrido antes (hay que decir que, si es por caricaturizar a los padres de la patria, el crédito local Washington Cucurto tiene su 1810: La revolución de mayo vivida por los negros, que publicó Emecé). Y así, puesta a mezclar géneros y subgéneros, la película también construye al presidente “histórico” desde los relatos míticos de superhéroes, cuando comienza por mostrar la muerte de los padres del pequeño Lincoln, y luego la conversión del adolescente en una máquina de matar vampiros (si es que se puede llamar así a un ñoño con chalequito que maneja un hacha), como si se tratara del Batman de Nolan.

Pero Benjamin Walker -el actor que interpreta a Lincoln, exactamente igual a un jovencísimo Liam Neeson, si alguien puede imaginarse lo insulso que debe ser eso- se toma su tiempo para ingresar a la existencia, y lo logra apenas en algunas secuencias de seducción y juego con su futura esposa, una muy puritana Mary Todd (Mary Elizabeth Winstead, y les aseguro que ninguno va a reconocer a la rubia porrista de Death Proof / A prueba de muerte o a la irónica Ramona Flowers de Scott Pilgrim vs. The World en esta santa).

La mayor parte del tiempo la película parece protagonizada por un signo de interrogación -y no estoy hablando precisamente de misterio-, que apenas mejora cuando la barbita y algunas arrugas sugieren que vamos a ver algo por fin bizarro en un viejito que mata vampiros, y ni siquiera llega a hacer un dúo interesante con su compañero y vampiro Dominic Cooper, parecido de lejos a Robert Downey Jr. (pero menos).

Parece que todo es así con Abraham Lincoln: Cazador de vampiros; el protagonista se plantea como superhéroe pero después replica la imagen de presidente aburrido que enseñan en la escuela, la historia con Mary Todd amaga con ser romántica pero rápidamente deriva en cenas de dos personas super serias con mesa larguísima de por medio, el mundo poblado por vampiros asusta bastante poco aunque algunos planos parecían prometer los suspensos en bosques sombríos de La leyenda del jinete sin cabeza (y francamente no se ve acá la mano del productor Tim Burton) y, lo que es totalmente imperdonable, la película que prometía ser una fiesta de la invención -pero toda esa sangre burbujeante fue chupada por el demonio de la solemnidad- se vuelve tremendamente seria, al punto de desperdiciar el potencial delirio de contar otra historia de los Estados Unidos y su Guerra Civil, una que muestre los colmillos.