Abraham Lincoln: Cazador de vampiros

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

¿Dónde están esos vampiros, ahora?

Quien crea que va a ver algo en la línea de Van Helsing, con esa carga de cine de acción vertiginoso y vampiros, sepa que eso está en Abraham Lincoln: cazador de vampiros, la nueva propuesta del director de Se busca. Por eso la película nunca decae por completo, porque a pesar de sus defectos, Timur Bekmambetov es un buen director de acción. Pero si es una propuesta apenas mediocre, es porque al igual que en Se busca surgen algunos problemas de guión que afectan la totalidad de la película.
El film presenta un relato donde la figura histórica caza vampiros, perseguido por una convicción que tenía desde su niñez. Lo que pasa luego es el momento en que vemos cómo nuestro personaje va de su infantil venganza a un enfrentamiento con las fuerzas oscuras en su totalidad. Hasta aquí, todo parece ordinario, pero hay una vuelta de tuerca interesante: aparece en primer plano el paralelismo político, con el vampirismo asociado a la esclavitud y Lincoln a, como no, la libertad. La evolución del personaje está asociada a su vida, convirtiéndose en un largo trayecto a su ascenso político. El paralelismo es grosero y maniqueo (Sur = malo / Norte = bueno), pero si se piensa en las contradicciones que atraviesa el personaje, uno entiende que es una película que toma fuerza en su protagonista.
Sin embargo hay una evolución muy marcada del tono de la película, moviéndose bruscamente de la acción al drama, y acá es donde comienza a descompaginarse todo. Benjamin Walker (Abraham Lincoln) parece moverse cómodo, al igual que el cineasta, dentro de la acción pero no en el drama. Hay una serie de elipsis torpes y elementos que aparecen sin contexto alguno, además de secuencias con un intenso y grave tono dramático para las cuales no se genera ni la más minima empatía. Esta distancia obedece a un registro que ya no tiene continuidad alguna con el tono que venía teniendo la película ni desde lo técnico, ni desde lo actoral, generando un film desprolijo al que no lo salva siquiera su electrizante clímax en la secuencia del tren.
En todo caso, más allá del entretenimiento eventual que ofrece, cabe preguntarse dónde, bajo qué forma, viven esos vampiros esclavistas ahora.