Ábalos, una historia de 5 hermanos

Crítica de María Bertoni - Espectadores

Con entradas agotadas y la asistencia de un público eufórico, el jueves pasado se estrenó en el cine Gaumont el hermoso tributo a Víctor Manuel –alias Vitillo– Ábalos y a sus hermanos Napoleón Benjamín (Machingo), Marcelo Raúl (Machaco), Roberto Wilson y Adolfo, referentes fundamentales de la música popular argentina. Ábalos, una historia de 5 hermanos se titula el largometraje que los primos Josefina Zavalía Ábalos y Juan Gigena Ábalos les dedicaron a sus mayores: la primera lo dirigió con Pablo Noé; el segundo se encargó del afinadísimo diseño musical.

El reciente estreno porteño representa una escala en el itinerario de exhibición comercial que arrancó el 2 de mayo en los pagos de los Ábalos, Santiago del Estero. Tuvo lugar justo un año después de que Don Vitillo ganara el Premio Gardel al Mejor Álbum de Artista Masculino de Folklore por El Disco de Oro, Folklore de 1940 que grabó en 2016 a sus entonces 88 años con Peteco Carabajal, Juanjo Domínguez, Jaime Torres, Liliana Herrero, Leopoldo Federico, ¡Jimmy Rip! entre otros músicos de renombre, y bajo la dirección de su sobrino nieto Juan.

La grabación de este álbum doble conforma el hilo conductor del film. La también guionista Zavalía Álabos encontró en esa rutina de trabajo el marco ideal para el retrato de su tío abuelo. La personalidad carismática, sin “edad calendario”, del protagonista resulta tan rica desde el punto de vista narrativo que libera a la película del esperable corset biográfico.

Además de contar el debut de Vitillo como solista y la prolífica trayectoria con sus hermanos, Ábalos le rinde homenaje –en palabras de su protagonista– al “arte de combinar los sonidos”. Por este sendero trastabilla el mito sobre el enfrentamiento histórico del folklore nacional con la música clásica europea y con el rock; entre los agentes desestabilizadores figuran la grabación del Gatito de Tchaikovsky con Domínguez, el abrazo entrañable con Luis Alberto Spinetta, el encuentro con Ciro y los Persas, con Rip, con Roger Waters.

Así como desarticula ciertos estereotipos musicales, Ábalos también desmiente la tantas veces declarada división entre jóvenes y viejos. La filmación de la participación de Vitillo en el espectáculo La Bomba de Tiempo ofrece una prueba contundente de sinergia intergeneracional.

Al principio del film, el cantante, bombista, bailarín de 90 años recuerda los primeros tiempos en Buenos Aires, cuando arrancaba la carrera nacional e internacional de Los Hermanos Ábalos.

“Poco a poco nos íbamos aclimatando a la ciudad. Hablábamos; no les entendíamos nada. Yo andaba en el tranvía con el bombito en la funda…
– Che, pibe, ¿qué es eso?
– ¡Un bombo!
– ¿Y cómo es eso? ¿Vos sos africano de cara blanca?
– ¡No, señor! Yo soy santiagueño”.

Como la anécdota en el tranvía, otras instantáneas porteñas emergen de la memoria de Vitillo, del estudio de rock donde se grabó El Disco de Oro, de los entretelones del videoclip que Diego Kaplan dirigió para Waters. Zavalía Ábalos supo reconocerlas y ensamblarlas a la hora de montar una película que trasciende la intención de tributo personal, familiar, musical.

“Che, Machaco… Hay una parte del Lago de los cisnes que es un gatito. ¡¿No será que Pedro Tchaicovsky se crió en Rusia pero era santiagueño?!”. Los Ábalos también hace gala del fino sentido del humor que caracterizó al célebre quinteto argentino.