Aballay

Crítica de Santiago Armas - ¡Esto es un bingo!

Empanada western

Últimamente siento que estoy en un capítulo de La dimensión desconocida. Ya me estaba acostumbrando a cosas tan extrañas como que lluevan cenizas o que River esté al borde de jugar en el Nacional B cuando me vengo a enterar, leyendo las críticas de los diarios y chequeando el sitio todaslascriticas.com.ar, que el consenso sobre la nueva película de Fernando Spiner dice que se trata de “un más que digno exponente del western hecho en Argentina”. Obviamente que estamos hablando de criterios subjetivos, pero me cuesta creer tan favorable recepción. Y aclaro que soy el primero en enarbolar la bandera de “más cine de género y menos películas festivaleras en nuestro país”, pero una cosa es homenajear o referenciar con respeto y profesionalismo (como en Fase 7) y otra es hacer cualquier pastiche a ver qué sale (Sudor frío).

Pero volvamos al asunto en cuestión. El comienzo de Aballay es más que prometedor. Un grupo de gauchos cuatreros, liderados por el personaje del título (Pablo Cedrón, hundido entre tanta cabellera facial) asalta un carruaje custodiado por soldados del ejército en busca de oro. La escena de persecuciones a caballo y tiroteos remite claramente a La diligencia de John Ford, y Spiner la filma con la intensidad y tensión correspondientes. Pero luego de una sangrienta ejecución, y de que Aballay se da cuenta de que el hijo del asesinado fue testigo de la matanza, pasamos a un corte a negro y al famoso cartel de “10 años después”. Y acá todo se vuelve barranca abajo, principalmente porque el protagónico pasa a ser de Julián, aquel niño ahora convertido en un joven que sólo tiene la venganza de su padre como objetivo, pero que en la inexpresiva interpretación de Nazareno Casero (con falso bigote incluido) nos impide que logremos algún tipo de identificación con él. Tampoco ayuda que Spiner jamás pueda impregnar su cuento de un tono uniforme, buscando quizás los aires épicos del cine de Sergio Leone pero careciendo de la firmeza y la pasión características en los films del realizador italiano.

Transcurrida la segunda mitad de Aballay todo empieza a tener un aire enrarecido, casi surreal, con planos en cámara lenta, un montaje plagado de transiciones sin sentido y actuaciones totalmente fuera de registro (entre ellos Horacio Fontova y un exacerbado Gabriel Goity escupiendo frases bíblicas en gallego, no miento). Sobre el final uno no sabe si el director realmente se quería tomar en serio lo que estaba contando o se dio por vencido y apostó por hacer de todo un absurdo gigantesco. A juzgar por el silencio absoluto que había en la sala donde se proyectó la película, me juego por lo primero. ¿Estamos hablando de un desastre absoluto? No, pero casi. Es admirable la apuesta de adoptar los códigos del western a la idiosincrasia gauchesca y se notan las buenas intenciones de sus realizadores, pero a esta altura el cine argentino ha avanzado demasiado como para que nos conformemos solamente con es