Las amigas y la distancia El joven y prolífico realizador Iván Fund, en co-dirección con Andreas Koedfoed, amplía con AB (2013) su poética y sumerge al espectador en un mundo que oscila entre lo cotidiano, lo poético y lo sagrado. AB: A de Arita, B de Belencha. Pero también AB de inseparabilidad, de continuidad. De un lazo de amistad que frente al dilema “irse o quedarse en el pueblo” plantea una posible ruptura. También existe la posibilidad de otro viaje, uno que no la alejará de Entre Ríos; un viaje espiritual. Por algo, una de las chicas visita un convento y dialoga sobre la posible conversión. La otra la invita a otro recorrido, que en buena medida define la estructura de AB (al menos de “A”, la primera parte): la perra ha tenido cachorros y hay que distribuirlos. A esa primera parte Fund y Koefoed le imprimen un naturalismo que va de los momentos simpáticos (coqueteos, secuencias graciosas con los cachorros) a otros más tediosos. El espectador conoce a estas amigas en tránsito y es destacable que la pregunta por la distancia entre la ficción y el documental, para entonces, resulte bastante lateral. Esa confianza en el registro, en la toma desprolija, “choca” cuando los realizadores dejan la cámara fija y, paradójicamente, en vez de borrarse terminan poniendo en evidencia que están detrás de la cámara. La segunda parte, “B”, es más lírica, menos narrativa, y a través de una voz en off ofrece una suerte de despedida nostálgica. Lo llamativo es que está hecha en efecto 3D. La profundidad de campo ganada con este efecto genera secuencias de una belleza más realista, en una especie de epílogo que compendia algunos de los lugares que ya conocimos en la primera parte pero esta vez percibidos bajo la mirada de un pasado que comienza a construirse.
POESÍA TRIDIMENSIONAL No todos los proyectos llegan a concretarse, por suerte AB existe y hoy podemos disfrutar de su sensual retórica. Los cineastas Andreas Koefoed e Ivan Fund se fusionaron para dar vida a una historia contada en dos partes en donde queda claro que la multiplicidad de miradas sobre una misma realidad son la base de la riqueza narrativa. Araceli y Belén son un par de amigas que viven en un pueblo alejado de Buenos Aires en donde la vida es serena y apacible. El nacimiento de unos cachorros será el puntapié para comenzar una peregrinación en búsqueda de posibles adopciones. La travesía será la excusa para recorrer e ingresar a las casas de estos vecinos tan particulares quienes desde la intimidad de sus hogares nos pintan un exquisito retrato naturalista. Araceli decide dejar el pueblo para irse a la ciudad, Belén intenta encontrar el fundamento de su vida en la exploración de la fe católica. La parte A nos sumerge en un registro semi documental, una cámara imperfecta que acompaña a las protagonistas desde un punto de vista netamente interpelativo mientras que la parte B deja que nuestra percepción se estimule, no solo por su formato en tres dimensiones sino por su alto contenido poético que muchas veces roza lo filosófico. ¿Quiénes somos?, ¿A dónde vamos? Intimista y sutil, con las palabras justas y bellas imágenes pueblerinas, AB sorprende con un lenguaje cotidiano pero rico en tanto texto cinematográfico. Despojada de costosos artilugios nos abandonamos a su espiritualidad. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Surgido de una de las iniciativas de coproducción del festival CPH:DOX, este film codirigido por el prolífico Iván Fund y el danés Andreas Koefoed narra la historia de Arita y Belencha, dos jóvenes de pueblo que comparten una intensa amistad (y, por lo tanto, también celos y tensiones cruzadas). En medio de la dinámica algo gris y chata del lugar, la tentación de viajar a Buenos Aires resulta casi inevitable. Los realizadores encuentran un insólito eje narrativo (digno de las "historias mínimas" a-la-Sorín) cuando su perra tiene siete cachorritos y no les queda otra que recorrer la zona y ofrecerlos uno por uno para su adopción. En esas caminatas se irán topando con entrañables y -en algún que otro caso- patéticos vecinos. Esa primera parte de unos 45 minutos (titulada "A", por Arita) es bastante clásica e indudablemente simpática. En la segunda (se llama "B", por Belencha), que dura apenas un cuarto de hora, la cosa cambia: se vuelve menos "narrativa" y -en una verdadera rareza para el cine independiente argentino- está filmada en 3D, aunque esa decisión poco aporta en términos artísticos. Película pequeña en todo sentido (lo de pequeño no es aquí peyorativo), AB resulta una vuelta de tuerca más para la carrera de un Iván Fund (aquí trabajando otra vez a cuatro manos) que sigue buscando, indagando, experimentando con los contenidos y las formas. En este sentido, sin ser un film de gran alcance, surge sí como un claro paso adelante.
Enfrentar un duelo anticipado AB se filmó gracias a una iniciativa de coproducción del festival CPH:DOX, el más importante dedicado al género documental de Escandinavia y el mismo que apoyó la realización de El escarabajo de oro, la película de Alejo Moguillansky y la sueca Fia-Stina Sandlund que ganó la competencia argentina del último Bafici. En este caso, Iván Fund trabajó asociado al director danés Andreas Koefoed en una historia simple y emotiva, la de dos amigas que viven en un pequeño pueblito de provincia cuya vida cotidiana es sosegada, muchas veces gris. Una de ellas, Belencha, planea mudarse a la gran ciudad, lo que despierta algún recelo en Arita, su compinche de toda la vida. Recurriendo una vez más a un tono que oscila entre la ficción y el documental -algo que Fund ya había probado con éxito en Los labios, codirigida por Santiago Loza-, la película va exhibiendo los modestos avatares del día a día de ese lugar donde casi todos se conocen y las novedades no son demasiadas. La trama argumental arranca a partir de un hecho anecdótico: la perra de una de las protagonistas tuvo cría y se impone la necesidad de repartir los cachorritos. Con esa excusa, las dos amigas visitan a una serie de personajes del lugar, casi todos simpáticos, algunos un poco más bizarros, y en ese recorrido se va armando una postal inacabada pero más de una vez elocuente sobre ese micromundo que, como todos, tiene sus propias reglas. Ya más cerca del final, en el último cuarto de hora, Fund abandona el asunto de los cachorros para adentrarse en una coda filmada en 3D más orientada a la contemplación del paisaje y puntuada por un texto poético escrito por Loza. El verdadero tema de la película es ese duelo anticipado que Arita y Belencha enfrentan como pueden para mitigar el dolor de una separación. La suma de la ambigüedad en el registro y una progresión dramática tenue, alejada de sucesos impactantes, da como resultado un film que plantea un alto nivel de exigencia para el espectador.
Un minimalismo arrollador Estrenadas en el Festival de Mar del Plata 2012 y en el Bafici 2013, respectivamente, Me perdí hace una semana y AB retratan la rutina de una serie de personajes sometidos a los efectos de situaciones ordinarias. Dos películas retroalimentadas por sus similitudes formales y temáticas. Dos películas que afirman y reafirman la decisión de complejizar un universo artístico propio mediante la expansión sensorial de sus protagonistas. Dos películas teñidas del mismo espíritu crepuscular que, como se lee acá al lado, invadía a su director. Dos películas con una cámara que filma emociones, que se mueve con la suficiente sabiduría para detectar el pulso de las situaciones, el peso de los silencios, la preponderancia del gesto, la autenticidad no sólo de la mirada, que se permite mirar y capturar las particularidades del entorno. Estrenadas en el Festival de Mar del Plata 2012 y en el Bafici 2013, respectivamente, Me perdí hace una semana y AB son historias de un minimalismo arrollador dedicadas a retratar la rutina de una serie de personajes sometidos a los efectos de situaciones ordinarias. Pero Iván Fund, parafraseando a Sun Tzu en El arte de la guerra, entiende que la clave está en hacer extraordinario aquello que a priori no lo es, convirtiendo a los aquí y ahora de sus films en el punto exacto en que el pasado se va para convertirse en un futuro hasta entonces inminente. Los cuatro protagonistas de Me perdí hace una semana parecen haberse perdido hace bastante más tiempo que el indicado por el título. La joven pareja, quizás desde el inicio de la convivencia. Se entiende, entonces, el laconismo de ella y los abrazos silenciosos de él, como si supiera que la aventura del techo común no es lo que debería ser. Michi lo está desde que busca a su perro, mientras que el quiebre de Eva (Eva Bianco, también vista en Los labios) llegó ante la certeza de la soledad y el deseo de ser madre otra vez. Fund muestra el entrecruzamiento del cuarteto, dedicándoles el tiempo necesario para oírlos y acercando la cámara hasta convertirla en un sismógrafo de sus sentimientos y angustias –la escena del baño es notable en ese sentido–, todo atravesado por disquisiciones en off de los mismos personajes acerca de las motivaciones detrás de un ejercicio creativo. Disquisiciones que son, tal como afirma el cineasta, las suyas. Así, Fund continúa, como desde la notable Los labios, dirigida junto al aquí coguionista Santiago Loza, explorando, indagando y amalgamando documental y ficción sin que esto implique la conversión de su film en un ejercicio académico o formalista. Surgida de un programa de coproducciones del festival Cph: dox, AB está filmada a cuatro manos junto al danés Andreas Koefoed, pero es una acentuación de todas las constantes del cine del santafesino. Acentuación y depuración. Quizás por la metodología comunitaria o por la cercanía del realizador con las situaciones argumentales, Me perdí hace una semana tendía a un cierto grado de dispersión sobre el desenlace, como si el propio director no supiera muy bien qué hacer con sus personajes. Aquí, en cambio, la preocupación humanista alcanza el punto más alto en toda la filmografía de Fund. Centrada en el acompañamiento de dos amigas (Araceli y Belén, las mismas de Hoy no tuve miedo) a las que se les avecina el final de una adolescencia forjada al calor del compañerismo y la simbiosis generada por miles de hora de rutina compartidas, AB es un sensible retrato elegíaco sobre las elecciones y los cambios de rumbo que éstas conllevan. Su desenlace, atravesado de punta a punta por un extenso relato en off escrito por Loza, es quizás la mejor clausura posible para la etapa de un cineasta a quien, al igual que a sus personajes, se le presenta un futuro pleno de posibilidades delante de sus ojos.
Momentos de sencilla hondura entre largas y tediosas planicies Se estrenan en forma conjunta dos películas de Ivan Fund, prolífico autor de un cine más raro que bueno, donde aparecen momentos de sencilla hondura entre largas planicies poco atractivas. Siempre piezas breves, filmadas con no-actores en las afueras de Crespo. "Me perdí hace una semana" muestra a una parejita medio abúlica, una señora joven que suponemos madre y policía, y un tarotista amanerado que busca a su perro perdido quién sabe dónde. Este es el único personaje con algo de fuerza, los otros son unos desvaídos. Detalle curioso: cada tanto, los intérpretes ofrecen sus impresiones respecto al trabajo que están haciendo, y la sintonía que encuentran con sus propios estados de ánimo. El problema es que, según les oímos decir, "la vida es intensa a tu alrededor pero uno se queda mirando a donde no hay nada". La misma película incorpora un ejemplo de lo dicho: la cámara sigue por la calle a una de las actrices que camina en la tarde nublada con cara de nada, y se cruza con unas niñas que están jugando y gritan, felices, "¡Nos filmaron!", "¡Nos filmaron!" Ese momento intenso en la vida de las niñas, una panorámica nocturna al comienzo, y un breve capítulo del tarotista en un quincho, con su posterior expresión de soledad, son lo más destacable. Más llevadera es "AB", por Arita y Belencha, dos muchachas ya medio creciditas. Se presentan a cámara, se abrazan, y recorren el pueblo ofreciendo en adopción siete perritos todavía lactantes. Hay escenas simpáticas, medianamente improvisadas, con gente tranquila, cordial, que vive con la puerta abierta sin problemas, y evoca sus perros anteriores. De ahí quiere irse una de las chicas, rumbo a la gran ciudad, aunque el novio no pueda acompañarla. La otra visita un monasterio. Hacia el final surge un costado a lo Terrence Malick, con resumen de imágenes mientras una voz en off recita un largo poema sobre la unión del ser en el universo y en la figura amada, la ternura divina, y otros asuntos en forma sentenciosa, alternando con particulares silencios. Esa última parte está en 3D, tal vez para darle al texto mayor profundidad, recurso que alcanza cierto atractivo durante una breve toma a lo largo del túnel subfluvial. No hay mucho más para contar.
Publicada en la edición impresa.
Dirigida por Ivan Fund, con Andreas Koefoed, indaga sobre una amistad profunda entre dos jóvenes mujeres que se plantan frente a un cambio de destino, la partida para una que no comparte tales inquietudes con su novio y la entrada a un convento para la otra. Las dos se alejan de un vínculo fuerte que las hace felices. Se despiden como de los cachorros que tuvo su perra.
Cine liberación Nadie sabe qué cosa es el cine o, mucho menos, qué debería ser, pero muy de vez en cuando una película viene y nos muestra qué podría llegar a ser. Las cuatro películas de Iván Fund, en solitario y acompañado, desde La risa hasta AB, vienen realizando un trabajo de apertura cinematográfica, como abriendo a golpes de hacha (de cámara) un claro escondido en el bosque del cine contemporáneo. Su última película se revela increíblemente libre, capaz de dirigir la mirada a aquello que merece ser visto sin necesidad de recurrir a ninguna excusa narrativa. La atención puede concentrarse tanto en una perra que da la teta a sus cachorritos como en el relato desordenado de una vecina acerca de su pasado: cualquier cosa vale un plano si los directores creen que allí anida un gesto, aunque sea imperceptible, que merezca ser rescatado al olvido del paso del tiempo. AB viene a postular que un cine libre no es aquel que se despoja esforzadamente del peso de una narración sino el que puede contar lo justo en el momento preciso y abandonar las convenciones narrativas cuando no sirvan a sus propios fines. Así, la historia de las chicas y de la búsqueda de un hogar para los perritos es interrumpida por imágenes que cumplen una función únicamente estética, como los momentos en que se filma a las protagonistas caminando por el barrio pero no se sabe de dónde vienen, a dónde van ni el punto de la trama en que se encuentran. Entonces, si un cine libre no es el que se niega a contar una historia sino el que puede contarla sin convertirse en esclavo de sus mecanismos narrativos, ese cine debería ser capaz también de maniobrar en su provecho las herramientas tecnológicas disponibles, sin importarle si habitualmente suelen estar asociadas al mainstream menos interesante. Esta no es la primera vez que el 3D es utilizado en una película independiente (allí están La caverna de los sueños olvidados y Pina 3D), pero sí es la primera vez que la técnica es usada con tanta soltura y en forma tan innovadora. En manos de Fund, las tres dimensiones no son un recurso para sumergir al espectador en el mundo de la pantalla sino que se usa para realzar las cosas que allí se agitan y observarlas bajo una luz nueva. No es casual que la primera imagen contenga un abrazo; un abrazo largo y sostenido con firmeza cuya singularidad y propiedades menos evidentes (la manera en que los cuerpos toman contacto, el pliegue de las telas, el contorno de las siluetas) son descubiertas y expuestas por el 3D al ojo del público como un explorador que llega desde lejos con la prueba de un mundo desconocido y maravilloso. El texto a cargo de Santiago Loza leído por una voz en off, de una inspiración religiosa que bebe más en la poesía y la confesión de amor que en el fervor místico, es la llave final que permite asomarse a un universo inédito en el que el 3D, lejos de tratar de hacernos entrar artificialmente en las texturas de un cine ya conocido, nos revela los pliegues extraños y bellos de las cosas y las personas de todos los días. El cine entero algún día puede llegar a transformarse en un artefacto tan libre y sobrecogedor como AB.
Lado + Lado. Hay películas que necesitan crear varias entradas a su mundo, no por desconfianza con respecto a su propio planteo sino por contener varias capas más allá de la narración, el relato y todo lo concerniente a la historia. Incluso el propio título tiene más de un sentido: el primero refiere a las iniciales de los personajes, Arita y Beluncha, pero también simbólicamente a dos letras inseparables que representan la amistad de hierro entre estas dos jóvenes, habitantes de un pueblo del interior. La representación del amor en varias capas no es un tópico nuevo para Iván Fund, quien indaga sobre ello desde su primer largo La Risa, siempre contorneado por un tipo de realismo impreciso que se siente -incluso- cuando las historias navegan por la ficción más pura. La primera de las partes tiene la retórica de una road movie a pie, cuando Arita y Beluncha caminan por el barrio en busca de padres adoptivos para unos cachorros que la perra de una de ellas acaba de tener. En cada parada hay una historia; desde pequeñas anécdotas caninas hasta algún flirteo de algún vecino con las chicas, en el tránsito se perciben destellos de esta sociedad tierna entre ambas pero con la alarma de una separación inminente. La toma de decisiones impostergables (otra de las entradas temáticas posibles) provoca algunos celos y cortocircuitos de otro tipo en la relación, construida por detalles más que por situaciones dramáticas o eslabones narrativos. Un viaje a Buenos Aires, un roce con lo espiritual y lo solemne y el paso del tiempo son los puntos que diversifican este vínculo, adosados a un panorama desalentador por la invariabilidad de un contexto que opera en diacronía con sus intentos de llevar vidas luminosas. Iván Fund (aquí en codirección con el danés Andreas Koefoed) mantiene su curiosidad por las relaciones más terrenales pero sin recargarlas de un dramatismo accesorio, es por eso que el seguimiento de su cámara es más bien propio de un registro documental, por una puesta que acompaña a los personajes desde atrás (el caso de la secuencia del convento) y que se limita a los primeros planos para el principio y el final de la película. La segunda parte -lo que se entiende como el lado B de la historia- arranca con un fondo negro con la letra B que presenta los últimos veinte minutos, con una construcción visual que tiene la estructura de un resumen basado en una voz en off que relata lo inmaterial y lo sensorial, es decir lo metafísico de la amistad entre A y B. Si bien se bordea la solemnidad, este segmento se nutre -precisamente- de lo intangible, aquello que queda incluso afuera de lo decible y lo mostrable. Todo este corolario, a partir de un montaje riguroso en la edición y selección de imágenes y sonidos, es la consecuencia de una gran historia de amor intransferible de dos amigas, tan simple y tan compleja a la vez. Es así que AB tiene varias entradas temáticas, complementadas por una estrategia formal más ambiciosa que la de otras propuestas del cine independiente nacional post NCA (Nuevo Cine Argentino). Probablemente ya sea hora de hablar de una consolidación del rasgo “marca de autor” en la figura de Iván Fund.
Dos para mirar el interior Es una idea más que acertada estrenar juntos dos films de Iván Fund, prolífico cineasta argentino, para visionar un mundo y un criterio de puesta en escena con ejes en común. Es una idea más que acertada estrenar juntos dos films de Iván Fund, prolífico cineasta argentino, para visionar un mundo y un criterio de puesta en escena con ejes en común. Codirector junto a Santiago Loza (Los labios) o a solas (La risa), frecuente partícipe de las últimas ediciones del Bafici y del Festival de Mar del Plata, el cine de Fund bucea en la interioridad de los personajes y en las combinaciones del documental con la ficción. Me perdí hace una semana, por un lado, es un relato coral donde se describen las vivencias de un tarotista, una pareja joven y una mujer policía, ubicados en una geografía de barrios carenciados donde la noche es muy oscura. En tanto, en la road-movie a pie que narra AB, Arita y Belencha, en un pueblo de provincia, planifican una hipotética ida de su lugar de origen. La calidez de ambas historias, breves en su duración, invade las vidas de estos personajes, lejos del peligroso miserabilismo en esta clase de relatos. Más aun, entre Arita y Belencha, amigas que se quieren desde el primer día que se conocieron, subyace una sutil historia de amor, que concluirá cuando una de ellas reflexione ante la posibilidad de recluirse en un monasterio. Si AB, por lo tanto, construye un relato en el que las dos amigas se fusionan en una sola, Me perdí hace una semana está más cerca de un film-confesionario con cámara en mano, donde se registran los relatos de Pepo y Yesu (la pareja joven), Michi (el tarotista) y Eva (la mujer policía, interpretada por Eva Bianco, estupenda actriz). Aparecen muchos perros en las dos películas: recién nacidos, encerrados, sueltos por calle, protegidos por los protagonistas. Pero, a diferencia de El perro de Carlos Sorín, la mirada de Fund presenta pedazos de vida, noches que parecen eternas, carencias afectivas que no se relamen en la miseria y una honestidad simple y concreta que convierte a uno grupo de personajes ordinarios en seres extraordinarios. Ambos films se exhiben desde hoy en el espacio INCAA cine Gaumont.
Desplazamientos Este film dirigido por Iván Fund y el danés Andreas Koefoed en conjunto transita por la frontera difusa entre el documental y la ficción y permite desde su título, en apariencia inexplicable, trazar diferentes directrices de análisis para abarcarlo en su integralidad. En primer lugar puede decirse que en la palabra AB (título del film) existe la presencia de un manifiesto que simboliza dos puntos y una distancia –entre ellos- que marca un camino o dirección originada en la A y finalizada en la B. Es decir que ese signo espacial también encierra en su trayectoria simbólica un tiempo, que tiene comienzo y fin. La amistad entre los dos personajes, Araceli y Belén, cuyos nombres coinciden con las letras del título respectivamente parece algo infranqueable desde la propia distancia de la cámara e incluso para la presencia intrusiva de quien registra en este caso el derrotero anecdótico de estas dos amigas. Sin embargo, como se dijo, esa amistad o distancia simbólica se ve atravesada por el tiempo y es en ese punto invisible donde la amenaza latente de disolución se hace presente en la historia de A y de B. Los desplazamientos en el espacio reducido a la geografía y las distintas locaciones de un pueblo del interior, en el que ellas rumbean acompañadas de una caja que contiene cachorros para ir ubicando con los vecinos, encuentran -por decirlo de algún modo- su lado B en otros desplazamientos no espaciales sino aquellos provocados por el crecimiento, los deseos, los celos, los sueños, los miedos y la necesidad de tomar rumbos distantes y probar suerte con otras cosas. Pero la aventura de Iván Fund y Andreas Koefoed no se termina o clausura en esa línea narrativa sino por el contrario expande sus raíces como aquel árbol que una vez plantado busca el mejor espacio para crecer. Y en ese terreno otra interpretación del llamativo título abre la puerta a dos mundos diferentes o parte A y parte B de esta película, que abarca un costado exploratorio completamente singular en el que ambos personajes son retratados por detalles pero de manera separada. Esa unión desde la desunión afirma mucho más enfáticamente la idea de amor en la amistad más allá del entorno o del contexto aunque también se pregunta implícitamente si esa sensación puede perdurar para siempre. Claro que los perros y la ubicación de las crías para tomar contacto con un grupo variopinto de rostros y voces que se pierden en las anécdotas es meramente un pretexto para hablar de lo que verdaderamente importa: de cómo se llega de la A a la B sin dolor y sin cambios, en un camino atravesado de obstáculos, contratiempos y atajos difíciles de sortear.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
De la colaboración entre Iván Fund y Andreas Koefoed ha nacido un filme particular como “AB” (Argentina/Dinamarca 2013) y que tras su presentación el año pasado en BAFICI finalmente se estrena comercialmente con la expectativa de ser vista por un público masivo. Es que “AB” es una película sugerente, pequeña, que al igual que los anteriores filmes de Fund (quien con Santiago Loza y Eduardo Crespo ha desarrollado una filmografía prolífica y singular) la lupa estará puesta en personajes que se descubren y transforman conforme el avance de la narración. Este es un cine no apto para todos los paladares, pero al que una vez ingresado es imposible dejar de lado, ya que en la intimidad y conexión con los personajes e historias es en donde la empatía explota y queremos ver más. “AB” es una mezcla extraña de ficción encubierta y documental. Se puede etiquetar como docuficción, pero como no es la idea de ponerle un mote, sino de analizar la poiesis de la misma, es interesante la posición que los directores toman sobre los actantes. En el inicio hay una correlación con el filme de Julio Bressane “Mato a su familia y fue al cine” (1969), porque Fund y Koefed utilizan también como en ese filme, primeros planos de dos mujeres, A y B, sus protagonistas. Jóvenes y joviales, las muchachas poseen estilos bien diferentes, pero comparten, según nos cuentan los directores, una entrañable amistad desde pequeñas en un pueblo olvidado en el tiempo de la provincia de Entre Ríos. Hay dos películas dentro del filme, en la primera parte, más expositiva y alejada, que con la excusa de narrar que la perra de una de ellas tiene cría y la posterior entrega en adopción de los siete cachorros se presentarán a A y a B. Allí sabremos de a poco que A quiere irse a la ciudad y que pasa sus tardes buscando departamento en un cibercafé. Pero de B sólo conoceremos que acompaña como sombra a su amiga. Esa primera parte, el filme es casi un documental, muy naturalista, con planos cercanos y escasos recursos cinematográficos, que en su minimalismo genera empatía con los personajes. A es un día en la vida de A y de B, juntas y por separado. Es una película rústica que se construye como relato sobre la individualidad y el futuro en un lugar quedado en el tiempo. En el caso de B, la segunda parte, podremos conocer con más detalle la personalidad de B, que quiere recluirse en la religión (quizás para alejarse de A) y recorrerá diferentes iconos y conventos religiosos para ver si en el confinamiento y la dedicación a la fe podrá alejarse de A. B, es un documental también, pero en 3D, locutado por B, y que la muestra en un viaje iniciático y caminando por lugares de la provincia en busca de algo que pueda encausar sus secretas pulsiones, y que más allá de utilizar el artificio de las tres dimensiones, B, posee una belleza increíble y una nostalgia encubierta por algo que no fue y nunca será. A y B, como en la ficción encajan a la perfección, mostrando una amistad en pantalla para hablar de deseos y frustraciones de dos jóvenes que intentan afirmarse en un presente que se les escapa. Emotivo filme.
Hace una semana decíamos frente al estreno de El rostro, de Gustavo Fontán que hay directores dispuestos a desafiar al espectador, a llevarlos cada vez más al borde de lo subjetivo, de lo puramente personal y abstracto. Las mismas exactas palabras podrían usarse para el prolífico Iván Fund quien en tan solo seis años se da el lujo de realizar una película por año a la altura de grandes y consagrados; cada una con su sello grabado a fuego. AB es un film co-dirigido por el danés Andreas Koedfoed, casi un ensayo cinematográfico. Su cerrado título tiene varias acepciones, desde la más básica y literal de ser la primer letra del nombre de sus dos protagonistas; cada uno de los dos segmentos en que se divide este largometraje; o más interpretativamente los puntos en dos líneas que juegan a cruzarse o seguir su camino paralelo, puro juego matemático. Las dos mujeres son Arita ( o Araceli Castellanos Gotte) y Belencha (o Belén Werbach), que viven en el interior de Entre Ríos, ahí en un no tiempo permanente en el que su amistad parece permanente y eterna. Ellas son marcadamente distintas lo cual no parece modificar en nada su amistad, aunque se nota que la B pareciera seguir a la A. Ellas son jóvenes y se nota, actúan como si eso fuese a perdurar toda la vida, pero en cada uno de los dos fragmentos de esta ¿historia? ¿documental? (qué importa) veremos que no es así. En la parte A la acción se rige por el simple hecho de que la perra de B tuvo cría y las chicas caminan el pueblo esperando encontrar adoptantes para los cachorros; mientras A planea migrar a la ciudad y B la mira desde atrás parece apoyarla pero no acompañarla, o quién sabe. Esta primera entrega, primer corto, o cómo sea, expresa el mayor naturalismo, la veta documental y real de AB. Cuando comience B nos sorprendemos con la voz en off de B contándonos su búsqueda espiritual, el recorrido por conventos quizás en busca de un futuro, y ahí las dudas que había en A se cerraran, los caminos serán más paralelos que perpendiculares. Sus métodos narrativos también son diferentes, B no apuesta a un relato tradicional; lo primero que sorprenderá es el uso del 3D para ganar campo visual y profundidad. La estructura no es regular como lo fue en A, se apuesta a la lírica para que acompañe aquel camino místico y de autodescubrimiento de B. Así, diferentes como son, A y B los dos segmentos, las dos amigas se complementan y forman un todo raramente homogéneo. Pero claramente no estamos frente a un film para un público que busque un mero entretenimiento, por momentos, ambas partes parecieran no avanzar hacia ningún lado, como si fuese una sóla premisa que se acaba rápido (pese a la escaza duración del conjunto). Fund y Koedfoed supieron “disfrazar” bien lo que sería una historia sencilla y sin grandes ribetes con un aura magnética y a la vez confusa. Si se logra penetrar la coraza que los directores armaron para su pequeña obra puede resultar un film onírico e interesante, mayoritariamente, en su juego emotivo de una amistad que juega a perdurar pese a que sus dos partes parecieran tomar caminos diferentes.
Slices of provincial life in Argentina In a very unusual move, two Argentine independent features by Iván Fund have been released together this week: Me perdí hace una semana and AB both of them respectively featured at the Mar del Plata film festival and the BAFICI. And while you could say that in terms of their stories the two films are not connected, when it comes to their formal values you can easily see they belong to the same auteur. Fund’s features take place in unnamed provincial towns and boroughs and follow the everyday routine of ordinary people engaged in simple matters. In Me perdí hace una semana, there are four protagonists: Pepo and Yasu, a young couple who has just moved to a working-class neighbourhood; Eva, a policewoman who lives with her young daughter; and Michi, an effeminate fortune teller (not a clean-cut gay man, but a real queen) who’s lost his dog a week ago. Each of them with their own minimal story. Like Eduardo Crespo and Celina Murga, two other Argentine filmmakers who eschew all kinds of artifice, Fund goes for pure realism (even if it’s not dirty realism) in depicting snippets of time and space from the lives of his characters. With a documentary edge to it, Me perdí hace una semana warmly portrays intimate, introspective moments in the lives of its protagonists, but also significant fragments of their laid-back, apparently anecdotic conversations. It’s the type of movie that invites viewers to become a part of a moderately rewarding emotional experience, provided viewers know in advance that no major twists and turns are to be found here. In fact, none of the protagonists are fully developed characters either. But the minute they talk about or go through something that touches them deeply, several dimensions are unveiled. However, what makes the “stories” most appealing is not only their particular shades and nuances, but how these scenes have been filmed: with an inconspicuous, lucid camera that finds beauty in the simplicity of barren spaces while capturing, at the same time, feelings and moods in compelling close-ups and wide-open general shots of the environment. Add a multilayered sound design that reproduces the actual feeling of being there, and you have an up-and-close personal look at a minimal universe that is as tender and joyous as it is melancholic and lonely. On the other hand, AB places its gaze upon the friendship between Arita and Belencha, two older teenagers for whom the monotonous, restricted small-town life is becoming too confined. For Belencha, Buenos Aires seems the place to go in order to step into a new world. For the time being, a single activity takes up most of their time: walking around and around to find homes for the seven puppies Belencha’s dog has just had. So they go around in circles, stopping at every neighbour’s house to tell them about the cute puppies. AB is equal to Me perdí hace una semana in how subtly the different and particular traits of the everyday are captured, but the former purposely lacks the sense of minimalist narrative the later one has. Meant to be some kind of road movie on foot, AB elicits some interesting scenes from some of its characters, but otherwise it’s repetitive and kind of ineffective — including the last 15 minutes filmed in 3D, for no visible purpose. However, when seen together, these two pieces by Iván Fund not only establish a poetry that joins them, but also complete one another in what they express about certain places that enfold seemingly invisible lives.