A million ways to die in the west

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Loco x el Cine

Sillas de montar calientes

La parodia del western es acaso uno de los más antigüos subgéneros que existen en el cine estadounidense. Desde Charles Chaplin, Buster Keaton o Stan y Laurel, pasando por Doris Day hasta los exponentes más memorables de los últimos 50 años como Cat Ballou, The Hallelujah Trail o Paint Your Wagon, varios realizadores se animaron a jugar con los clisés y lugares comunes del género estadounidense por excelencia y encontrarle una faceta humorística, pero fue acaso, el gran Mel Brooks quién en 1974 – mismo año en que estrenó su obra maestra, El Joven Frankenstein que parodiaba a los films de James Whale – que llevó su humor paródico, autoconsciente, burdo y cinéfilo al lejano oeste. El resultado fue Locuras en el Oeste (Blazing Saddles), con Gene Wilder y el mismísimo Brooks en doble personaje. La película tenía muchos guiños al cine de los años 70 y había varios cameos de amigos de Brooks.

Desde aquella inolvidable obra que le valió a la maravillosa Madeline Kahn una nominación al Oscar, pocas son las “comedias del oeste” que valen la pena resaltar. Acaso es recordada El Rabino y el Pistolero (The Frisco Kid, 1979), también con Gene Wilder y un joven Harrison Ford, o Volver al Futuro 3, que además jugaba con la ciencia ficción.

Seth MacFarlane, el creador de Padre de Familia y American Dad, director de Ted y conductor de los Oscars 2013, se animó a dirigir y protagonizar su propia comedia de western llamada A MIllion Ways to Die in the West. La apuesta es grande, debido a que es un genero mucho más ambicioso que una comedia con un oso charlatán y porque es la primera vez que MacFarlane se pone frente a cámaras, ya que en sus series animadas, en Ted e incluso en Hellboy 2, solo había puesto su voz.

Si bien es cierto que es mucho más talentoso haciendo doblajes que con el cuerpo, MacFarlane tampoco intenta hacer algo diferente de lo que se esperaría de él. Su talento para componer un personaje es comparable al de Woody Allen o Mel Brooks. Son comediantes directores, no son actores profesionales. Por lo tanto, esa barrera démosla por descontado. MacFarlane no busca ser el nuevo Will Ferrell.

Con respecto al film, se destacan dos aspectos. En primer lugar que el director es fanático del western estadounidense desde los títulos mismos cuando vemos panorámicas aéreas de Monument Valley, épico escenario de los films de John Ford acompañado por una banda sonora que emula las melodías de Elmer Bernstein. Segundo, que es fanático de Mel Brooks. Mientras que los hermanos Zucker o los Wayans han destrozado y agotado el género de parodias a películas de moda, MacFarlane regresa a la base del humor más básico, efectivo y vulgar del creador de Los Productores. No solo por las interlecturas o guiños que hace con otros westerns contemporáneos (Volver al Futuro, Django) o series televisivas – los fanáticos de How I Met Your Mother derramarán alguna lágrima – sino porque se palpa cierta nostalgia, cierto amor por el género más allá del chiste. Amor relacionado con la propia cinefilia, como pocos realizadores actuales podría otorgarle a un producto similar.

Albert Stark es un pastor de ovejas bastante cobarde y mediocre. Vive con dos padres que lo odian y hasta su novia (Amanda Seyfred) lo abandona. Cuando está a punto de viajar para San Francisco, en su camino se cruza Anna – Charlize Theron, en una de sus mejores actuaciones en años – la novia de un ladrón y asesino, que cae en el pueblo de Albert por pura casualidad. Anna y Albert se harán amigos, y ella lo entrenará a disparar para que pueda impresionar a su antigua novia y vuelva con él. Sin embargo, el esposo de Anna, Clinch (Liam Neeson, explotando su faceta humorística) regresa por ella y Albert le tendrá que hacer frente.

Con una estructura bastante clásica y previsible, pero sólida, MacFarlane consigue filtrar su personal humor negro y políticamente correcto durante las casi dos horas que dura el film. Teniendo como base la violencia, prejuicios y misoginia del viejo Oeste, el actor-director aprovecha para burlarse de las reglas más conservadores del cine de Hollywood. Es cierto que apela al humor escatológico en exceso, pero siendo muy conciente de lo que provoca en las mentes más conservadoras de Estados Unidos.

A diferencia de Ted, A Million Ways to Die in The West es humor puro. No apela a sentimentalismos, más allá de lo que puede generar en los cinéfilos reencontrarse con referencias a películas de la infancia.

Es un viaje a un cine primitivo, infantil pero realizado con más corazón que odio.