A million ways to die in the west

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Ridiculizando al western

A Million Ways to Die in the West (traducido como “Un millón de maneras de morir en el Oeste”) es el título original de la película escrita, dirigida y protagonizada por Seth MacFarlane que aquí se presenta con el desafortunado “Pueblo chico, pistola grande”.

Seth MacFarlane es conocido por ser el autor intelectual de la serie de televisión “Padre de familia” y por haber dirigido la comedia “Ted” (la del oso de peluche que habla), dos experiencias que han hecho bastante ruido entre el público consumidor de comedias.

En esta oportunidad, el joven talento incursiona en una temática muy cara al imaginario estadounidense: el Lejano Oeste. Y lo hace con la explícita intención de demoler a golpes de sarcasmos la mitología del género western, un clásico de la cinematografía. MacFarlane aplica su sentido del humor entre descafeinado y deconstructivo sobre los rasgos y personajes típicos de la época, utilizando para ello un lenguaje audiovisual muy influenciado por el cómic y con alusiones irónicas que suenan como homenajes irrespetuosos o burlas desenfadadas y hasta bastante groseras, en muchos casos.

Por ejemplo, el malo, interpretado por Liam Neeson, se llama Clinch Leatherwood (un guiño a Clint Eastwood, un maestro del género).

El personaje de MacFarlane, un joven criador de ovejas llamado Albert, utiliza como recurso reiterativo un discurso que hace hincapié en el contraste anacrónico, al asumir una postura crítica sobre sus coetáneos con frases más propias del pensamiento políticamente correcto actual. Aparentemente, pretende ridiculizar la situación en la que un individuo autodenominado como “nerd” se tiene que enfrentar a la violencia sistemática y cotidiana de la sociedad en que le toca vivir.

La anécdota es intrascendente. Se trata de un muchacho que vive con sus padres y tiene que encargarse del negocio familiar: una granja de ovejas, cosa que hace a desgano. Pero está de novio con una bella joven del lugar y está entusiasmado con la idea de casarse. El plan fracasa porque ella lo deja al no poder soportar que su prometido sea ridiculizado en público por su falta de coraje para enfrentar a un pistolero.

Entonces, aparece una rubia despampanante (Charlize Theron) cuya presencia cambia la historia del pueblo y la suerte de Albert.

La película está plagada de mensajes subliminales que apuntan como dardos envenenados contra prejuicios culturales de la sociedad norteamericana y muchos de sus mitos que contribuyeron a diseñar el llamado “sueño americano”. Hay “palazos” contra la sexualidad, la religión y el trato a los indios, entre otros aspectos. Y una historia de amor y coraje, que se resuelve de manera un tanto rocambolesca.

La experiencia recuerda la llevada a cabo por el italiano Gore Verbinski en su versión de “El Llanero Solitario” (2013), por su desprolijidad y su irreverencia más inclinada a lo grotesco que al humor, conformando un producto que no termina de cuajar y no resulta muy grato a los sentidos. Rogamos que no se vuelva tendencia y que aparezca algún justiciero que salve el honor del western.