A million ways to die in the west

Crítica de José Tripodero - A Sala Llena

Mil maneras de bostezar en el cine.

Seth MacFarlane apareció como un fresco exponente del humor en la animación, casi como un empujón a Los Simpson, serie que se mostraba demasiado relajada en la cima. Así apareció Padre de Familia, con una fisonomía similar a la de la familia amarilla de Springfield pero con más irreverencia y sin inconvenientes para nutrir sus chistes de violencia explícita, racismo y otros rasgos incómodos para el público medio de la TV. Hoy en día esta articulación no resulta suficiente para hacer reír, ni siquiera para molestar a los conservadores prestos a elevar el grito en el cielo sobre los temas que sí pueden ser tratados bajo el intento de hacer comedia.

En lo que es su segundo largometraje, luego de la exitosa Ted, MacFarlane se mete con el western, un género que ha pasado por casi todas las fases posibles de parodia: desde el spaghetti western hasta la lectura en clave farsa de Mel Brooks en Locuras en el Oeste. No hay muchas razones para que Universal haya accedido a este capricho de MacFarlane, en hacer de un chiste/ argumento una comedia rancia por los modos de parodiar pero más que nada por mostrarse canchera y pasada de irreverente. El argumento es que hay muchas maneras de morir en el Oeste, que esos tiempos fueron espantosos, que nadie en su sano juicio querría vivirlos y sí, hay un tipo que ve todo esto en ese tiempo, como una suerte de adelantado, ese es Albert Stark (el propio MacFarlane, claro). Así es que el protagonista/ director se posa sobre un pedestal, al poner una voz en off que enuncia: “hay tipos que viven en un lugar y en un tiempo equivocados”.

La repetición de esta idea, acerca de la facilidad de morir en el Oeste, aparece como un procedimiento que busca entrar a la fuerza al punto de creer que todo lo relacionado con las muertes absurdas es gracioso por la propia operación de ese estilo humorístico. Ni siquiera los one liners surgen con el timing de Padre de Familia, que se chocan con la vacuidad del cliché sobre los indios y el misticismo, el chiste ambulante sobre las prostitutas que interpreta Sarah Silverman y la participación innecesaria de Giovanni Ribisi. Ambos personajes podrían no estar y la historia no los reclamaría.

Tan solo la presencia de Charlize Theron, como compinche de un protagonista cobarde y envuelto en una serie de situaciones extraordinarias, se eleva por encima de la mediocridad de un producto predestinado al desastre y confirmado por las pocas luces de un MacFarlane demasiado canchero y contradictoriamente preocupado (como su personaje en el final) por si los chistes se entendieron o no. MacFarlane descansa en la irreverencia y en la incomodidad de sus gags, especialmente en ciertos guiños con el espectador de su serie más famosa (su propia voz que interpreta las voces de varios de los personajes de Padre de Familia). Un par de citas de películas recientes (y no tan recientes pero clásicas) no bastan para comprar a un público que en el surgimiento de su figura celebró una renovación en la comedia animada, destinada al público adulto pero que ahora puede sentirse estafada ante una tipología ya demasiado fermentada como para generar los efectos alguna vez logrados en… la TV. El western, ya sea para un ejercicio genérico, paródico o simplemente como mapa para una cartografía de chistes, le queda demasiado grande a este Seth MacFarlane.