A million ways to die in the west

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

El western no es para cualquiera. Acercarse al género cinematográfico por excelencia implica conocimiento, respeto o al menos una noción clara de sus componentes más allá de "los hermosos paisajes". El western potenció a Tarantino en Django sin cadenas; a Sam Raimi cuando era un cineasta con fuego e inventiva en Rápida y mortal, e incluso a los extraterrestres de Cowboys &Aliens de Jon Favreau. Esas películas, y aquellas con componentes de western como Calles de fuego, de Walter Hill, o Los paranoicos, de Gabriel Medina (con ese final de duelo sin balas), sabían de western.

Seth MacFarlane -de la sobrevalorada Ted, de la serie Family Guy y presentador de los Oscar 2013- protagoniza, escribe, produce y dirige este "western". Las comillas son intencionales, para poner distancia, y no se deben a que MacFarlane intente hacer una comedia -menos paródica que Locuras en el oeste de Mel Brooks- con los códigos del western. Se agregan las comillas porque MacFarlane hace un western sólo para tomar los elementos exteriores -sí, hay lindos planos del paisaje- y cree que puede hacer descansar buena parte de su película en chistes basados en anacronismos: "La gente vivía poco hace un siglo y medio"; "La corrección política no era moneda corriente"; "Todo era más brutal en la frontera".

MacFarlane le aplica una mirada de cómico stand-up a un asunto que desconoce, o que al menos no demuestra conocer. Quienes hacen humor saben que para exprimir al máximo un asunto hay que manejarlo, mirarlo desde diversos ángulos. No es el caso de MacFarlane, que plancha la película, plancha los personajes, usa un timing imposible -los chistes, que no son tantos, se ven venir a gran distancia, con el de la barra de hielo como ejemplo máximo- y agrega escatología cuando no está seguro de que el chiste haya funcionado: el sombrero con diarrea es mostrado innecesariamente por no confiar en el poder del cine.

Hace un humor televisivo desde el gesto y desde la redundancia, por eso siente que tiene que dejar bien claras las cosas y cree que puede salirse con la suya al ponerse metadiscursivo e intentar hacer un chiste acerca de explicar un chiste. Pero confía poco en el humor o no tiene muchas variantes- más allá de las referencias sexuales o los guiños pop -chistes pequeños y efímeros-, y su película avanza con una lentitud exasperante.

A esta historia básica sobre "el muchacho que no está hecho para vivir en el oeste que debe juntar algo de habilidad y coraje" la apuntala un poco la presencia encandilante de Charlize Theron, que parece moverse con una libertad y una gracia ausentes en el resto (hasta Sarah Silverman está apagada). MacFarlane no se decide por hacer una comedia delirante basada en un western -la utilización de la música es de un convencionalismo apabullante- y cuando finalmente avanza en ese sentido con los indios y el sueño, sobre el final, ya es tarde: el espectador de cine de comedia muere pronto si no hay sorpresa, si no hay comedia sino "comedia".