A million ways to die in the west

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Una ametralladora de chistes para dos horas de buena comedia

El momento creativo por el cual está pasando Seth McFarlane ya no puede ser definido como “momento”. Es un rato largo que, como todo en Hollywood, comenzó con el típico “There’s a new guy in town” (hay un nuevo muchacho en la ciudad) en los ‘90 como guionista de algunos episodios de los dibujitos más “borders” de Cartoon Network como “La vaca y el pollito” o “Johnny Bravo”. Pero fue en 1999 con “Padre de familia” (la versión sobrecargada de Los Simpsons) para la señal Fox, en donde el hombre de Connecticut se soltó con la comedia de diálogos filosos, ácidos, políticamente incorrectos, y con una irreductible capacidad de observación de la realidad presente en la clase media norteamericana con la cual es visceral. Casi condenatoria.

El turno del cine fue con “Ted” (2012), ese osito de peluche asqueroso, mal hablado y desopilante, que cobraba vida para convertirse en partenaire de su dueño.

Luego de su brillante participación en los Oscar 2013 avanzó con su humor sobre nuevos escenarios, esto último ha de tomarse literalmente.

En “A million ways to die in the best” Albert (Seth McFarlane) es un criador de ovejas en Arizona en 1882. Para los códigos sociales de esa época es un cobarde bueno para nada, lo cual no parece del todo incierto porque en el arranque trata de evitar un duelo a fuerza de chistes. A partir de ello su novia Louise (Amanda Seyfried), lo abandona por el dueño de una “bigotería”, dejando a nuestro protagonista en una tremenda depresión de la cual se desahoga de vez en cuando con su amigo Edward (Giovanni Ribisi), un idiota que conserva su virginidad para casarse con su novia prostituta de profesión.

Clinch (Liam Neeson) aportará al guión el rol de villano codicioso que mientras planea un asalto a una diligencia deja a su bella esposa Anna (Charlize Theronm) en el pueblo en donde conocerá a Albert. Claro, se enamoran. El resto ya se sabe por donde irá.

En términos de ritmo, el humor de McFarlane es como un solo de batería, una ametralladora de chistes que en este caso son casi todos sobre el oeste o sobre el western como género. Todo vale aquí. Desde romper la cuarta pared a homenajear a “Volver al futuro” o al propio Clint Eastwood (el villano se llama Clinch Leatherwood). Por eso no debería uno confundirse. Este, ni es un western ni aborda su temática. El far west sólo sirve como marco, como escenario para justificar todo tipo de gags, en especial los sexuales o escatológicos que el director (por su oficio de comediante) hace funcionar bien.

Por supuesto que para desplegar todo esto hace falta una historia básica y archiconocida, lo cual es lógico porque sino no habría parodia posible.

Habrá varios cameos, tomas panorámicas grandilocuentes y hasta la banda de sonido suena como una suerte de reverencia musical. Si el espectador lo analiza a nivel macro, ver “A million ways to die in the best” es, en el texto cinematográfico, como presenciar una rutina de stand up por momentos literal (al principio cuando Albert habla del lejano oeste), por momentos desde la imagen. Todo para dos horas de pura comedia. Ideal para los que vayan a buscar todo tipo de variantes de humor y sobre todo para los fans de éste gran comediante.