A la sombra de las mujeres

Crítica de Roger Koza - Con los ojos abiertos

La última película del mítico Philippe Garrel puede parece menor en comparación a su extensa obra precedente, pero es una evidente prueba de su maestría focalizada en indagar la impredecibilidad del deseo.

En un lúcido ensayo titulado La poética de Philippe Garrel, el crítico australiano Adrian Martin releva un conjunto de temas y decisiones formales que sintetizan el cine del maestro francés. Entre sus señalamientos se postula un tema impensable; según Martin, Garrel prueba a veces con aquello que el filósofo Stanley Cavell denominó en sus ensayos sobre cine “comedias de enredos matrimoniales o segundas nupcias”, un género típico del clasicismo hollywoodense. He aquí un inesperado ejemplo, aunque la comicidad de A la sombra de las mujeres es prácticamente nula. Ironía sí, humor casi nada, pero no hay duda alguna: el deseo y sus curvas impredecibles en el seno de un matrimonio es el tema.

Economía narrativa ejemplar, en pocos minutos está todo dicho: un cineasta trabaja con su esposa haciendo películas. En el tiempo del relato están haciendo un documental sobre un presunto héroe de la Resistencia francesa durante la ocupación nazi en Francia. No viven en condiciones cómodas, lo cual se constata en la escena inicial, en la que el locador se queja de las condiciones de su departamento, pero se los ve discretamente felices. Según la madre de Manon, dedicarle la vida entera a su esposo puede ser peligroso. Pero Manon y Pierre se complementan y se entienden; rara vez se pelean, y, como insinúa una amiga en común, parecen una pareja perfecta. Pero no todo es como parece. La figura del amante merodea, la lógica del deseo no respeta los acuerdos implícitos de una pareja.

Gran astucia la de Garrel para trabajar austeramente un drama pasional y sumarle de improviso el peso de la Historia. Por un lado, el film abordará la infidelidad, y con giros sorprendentes. Al respecto, una voz en off intermitente –de la reconocida estrella e hijo del director, Louis Garrel– explicitará el punto de vista masculino (y autocrítico) de todo lo que sucede. Al mismo tiempo, los personajes del film que la pareja está rodando aportarán indirectamente un plus simbólico, que también está relacionado con el engaño. El gran tema secreto del film es el lugar y la función de la mentira en cualquier relato, aquí doméstico y político. La verdad del deseo la implica, los compromisos vergonzosos con la Historia también.

¡Qué elegancia de ejecución cinematográfica la de Garrel! En un film de un poco más de una hora, introduce elipsis perfectas (el período de un coito, un rodaje y una reconciliación) y el tiempo se siente en el relato; registra los interiores como nadie y los contrasta hábilmente con los espacios públicos; insiste con el blanco y negro y, gracias al genio de Renato Barta, las graduaciones de la luz conocen matices que el color no garantiza.

El conocimiento de Garrel, quien filma en muy pocas tomas –a veces una basta–, prescinde de monitores para ver el encuadre y nunca se cerciora al fin del día sobre los resultados de su registro, es absoluto. La paradójica ligereza del film, el amor contenido por los personajes y la sabiduría cínica que se enuncia aquí –sin que por eso el filme se vuelva cínico–, no es otra cosa que la marca de un maestro. Cada vez se hacen más películas, pero verdaderos cineastas, como Garrel, van quedando pocos.