A la guerra por amor

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Corazón y mafia

A la Guerra por Amor (In Guerra per Amore, 2016) nos ofrece una experiencia de lo más extraña si la pensamos -como no nos queda otra- desde la perspectiva de la producción cinematográfica de nuestros días, la cual suele ser bastante ortodoxa en términos de géneros ya que gusta de abrazar una o a lo sumo dos premisas para autolimitarse en pos de un intento de coherencia que termina mermando paradójicamente la riqueza conceptual de los films. Esto no ocurre con este opus de Pierfrancesco Diliberto, más conocido como “Pif”, un conductor televisivo reconvertido en director y guionista de cine que apuesta por una comedia que conjuga una generosa pluralidad de estilos y tonos: aquí tenemos elementos varios de la comedia romántica, la costumbrista, la dramática, la histórica, la política, la absurda y especialmente de la comedia paródica para con la idiosincrasia italiana, en función de la cual los argentinos nos podemos identificar gracias a sus alegrías y miserias.

Precisamente por ello la propuesta funciona como un túnel del tiempo hacia épocas en las que no había tanto fundamentalismo en la industria y las sátiras eran en verdad exuberantes, regalándonos un cúmulo de ideas que corrían anárquicas hacia todas direcciones para en primera instancia no dejar títere con cabeza (Diliberto dispara dardos muy inteligentes a cada sector de la sociedad italiana) y a posteriori sacarnos una sonrisa que va más allá de la burla fácil actual porque el convite en cuestión trabaja con esmero la sensibilidad de los personajes (si bien en gran medida las comedias europeas de los últimos lustros han tenido muchos problemas para recuperar el fulgor del pasado, aquí el realizador se las arregla para construir protagonistas muy queribles por su humanidad y empecinamiento con respecto a la “misión individual” de cada uno). En esencia la obra sorprende al unificar la dialéctica del corazón y la denuncia alrededor de la génesis histórica de la mafia moderna en Sicilia.

La trama es convulsionada y delirante aunque con un fuerte dejo de verosimilitud por el contexto general: en la Nueva York de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, Arturo Giammaresi (el propio Pif) es un inmigrante que está enamorado de Flora (Miriam Leone), la sobrina del dueño del restaurant donde trabaja, quien a su vez está prometida -por insistencia de su tío- a Carmelo (Lorenzo Patané), hijo del “hombre de confianza” de Lucky Luciano. Flora le sugiere a Arturo que le pida su mano a su padre para así superar la voluntad del tío, pero como el padre de Flora vive en Sicilia y Arturo no tiene dinero para ir hasta allá, decide enrolarse en el ejército estadounidense aprovechando el inicio de la Operación Husky, léase la invasión aliada a la isla para desplazar a las tropas del Eje. El gobierno norteamericano hace un trato con Luciano en el que a cambio de información para la avanzada le conmutará la sentencia en prisión que está cumpliendo por proxenetismo.

Una vez en Sicilia, Arturo traba amistad en circunstancias hiper bizarras con Philip Catelli (Andrea Di Stefano), un teniente de la milicia estadounidense, y empieza a buscar al progenitor de su amada a la vez que el tío de la chica le solicita a Luciano que le ordene a Don Calò (Maurizio Marchetti), el capo mafia de Crisafullo, el pueblito donde comienza el desembarco y donde vive el hombre en cuestión, que mate a Arturo. Desde el inicio la película demuestra una enorme ambición combinando las tres tramas: tenemos primero la pesquisa de Arturo en pos de rubricar su compromiso, luego las “relaciones carnales” de la administración de Franklin Delano Roosevelt con la Cosa Nostra y cómo se solidificó el poder de la mafia gracias a la invasión mediante una reconversión hacia la política, un tema por cierto muy poco tratado en el cine y que pasa a ser denunciado en el relato por Catelli, y finalmente las vivencias de los habitantes de Crisafullo, atrapados entre el fascismo saliente, las bombas aliadas y una regencia que las tropas yanquis dejan en manos de los delincuentes y asesinos encarcelados que Luciano y Don Calò señalan falsamente como pertenecientes a la resistencia antifascista, una mentira asimismo convalidada por los norteamericanos a sabiendas del destino nefasto al que condenaban a la población civil.

A pesar de que lo hecho por el Pif actor es muy bueno ya que consigue construir un personaje con carnadura, más un diletante de la desesperación que un bufón, a decir verdad muchos de los mejores momentos cómicos los encontramos en la fauna de secundarios que habitan Crisafullo; como por ejemplo una bella muchacha y su hijo, que vive a su vez con el padre de su esposo, un fanático fascista que le reza a una estatua de Benito Mussolini que tiene en un armario, el cual suele pelearse -para llegar al refugio antibombas del pueblo- con una anciana que porta de acá para allá una estatua de la Virgen María. No obstante los más graciosos, y que representan con mayor eficacia el espíritu tierno y humanista de la propuesta, son Saro (Sergio Vespertino) y Mimmo (Maurizio Bologna), un ciego y un rengo respectivamente, dos amigos que simbolizan esa “cultura del rebusque” tan italiana y -por consiguiente- tan argentina. El cineasta reproduce el formato de su opus previo, la también interesante The Mafia Kills Only in Summer (La Mafia Uccide Solo D'Estate, 2013), con un andamiaje romántico que termina sepultado por los acontecimientos históricos, y hasta incluye detalles anacrónicos muy hilarantes como el leitmotiv de la selfie de Arturo y Flora con el Puente de Brooklyn de fondo y la escena deliciosamente ridícula del protagonista montado en un burro y volando por el aire. El gran mérito de Diliberto pasa por saber conciliar por un lado un registro narrativo farsesco aunque sutil y por el otro el objetivo de señalar la complicidad de los Estados Unidos con las capas criminales locales más nauseabundas, circunstancia que llevó al nacimiento en Italia de la Democracia Cristiana y que pone de relieve el pragmatismo asesino y amoral típico del país del norte…