A la deriva

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

El precio de la mentira

La tierra roja de la provincia de Misiones se mezcla con la sangre de negocios turbios. Ramón Antúnez, un peón de aserradero, es despedido de su trabajo y busca changas por todo el pueblo.

De repente, una imagen de un cuerpo inerte flota en las aguas del río Paraná. Una ruptura. Así delimita el director Fernando Pacheco, el precio del trabajo y la vía “alternativa” del éxito.

Los problemas de dinero acechan a Ramón quien es tentado por El polaco (Julián Stefan), su cuñado. El es un pescador que hace de sus silencios un idioma, actúa sin decir palabra, y se mete en terreno espeso: trabaja para el narcotraficante Leiva (Juan Palomino) transportando cargamento, en bote, desde la costa paraguaya hacia terreno misionero. Hacia esa jungla “arrastra” a Antúnez para ganar plata fácil y asumir riesgos.

A la deriva tiene la particularidad de mostrar a las mujeres (las hermanas Lidia y María) como si fuesen fantasmas, que acatan, agachan la cabeza y jamás se rebelan a sus maridos. Ellos se mueven con total impunidad, entre bellas imágenes del paisaje litoraleño.

Con la noche como refugio, los compadres irán con las mercancías de una costa a la otra, pero uno de ellos se quedará con una parte, mentirá a su patrón y pagará.

A la deriva es un filme que queda corto de metraje y debería haber ahondado más en sus protagonistas y disímiles destinos.