A la deriva

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Retratar la rutina diaria de la vida de campo en el interior de una provincia difícil, ese parece ser el mayor mérito de A la deriva, ópera prima de Fernando Pacheco; hacerlo sin contemplaciones, de modo franco y naturalista, realista.
Podríamos decir que se trata de un film de fragmentos, con una historia que se arma en retazos, no de un modo tradicional. El centro del relato gira sobre Ramón (Daniel Valenzuela, en sólida interpretación) hombre que vivió toda su vida en esa zona, tiene una esposa y un hijo, y subsiste, como puede como peón en un aserradero, el trabajo que todos los hombres del lugar están destinados a cumplir. Pero es 1999, época muy dura para el país, Ramón es despedido, y comienza un lento descenso hacia la desesperación.
Mientras busca otro trabajo, se aprieta más el cinturón, y pide fiado; su compadre El Polaco (Julián Stefan) le ofrece una suerte de salida, entrar en el negocio del traspaso de “mercadería” hacia Paraguay, en bote, por la triple frontera. Por supuesto, esa mercadería forma parte del narcotráfico, y del otro lado aguarda un típico mafioso y matón lugareño, Silva (Juan Palomino, con escasos minutos en pantalla que no le permiten un mayor desarrollo de un personaje que podría haber sido bien delineado).
Ramón, se siente atraído por esta nueva “ocupación”, hasta rechaza otro tipo de salidas más correctas por esto que parece un dinero fácil; pero tarde o temprano, los negocios turbios empiezan a oscurecerse.
La gran virtud de Pacheco desde el guión es contextualizar íntegramente a su personaje. Ramón es un hombre golpeado por la vida y por las circunstancias, pero tampoco es un ser inocente y limpio, eso se ve en la relación con su familia y en varias actitudes que toma.
Tampoco lo son El Polaco, y menos Silva o los dueños o representantes de los aserraderos. Sí pareciese tener una mirada más contemplativas hacia las mujeres, a las que se las muestra sufridas, abnegadas y sometidas.
A la deriva no muestra un relato que avanza, todo es calma y quietud, no hay un progreso en la historia, quizás porque esa era la idea primigenia de su director, mostrar un lugar y una época en donde el tiempo no avanza y las cosas sólo pueden empeorar, hundirse cada vez más hasta perder el rumbo.
Tanto la cuidada y despojada fotografía llena de claroscuros, como la apenas visible musicalización y la abundancia de sonido ambiente, resaltan la idea de naturalización, de mostrar las cosas tal cual son.
De duración corta y justa, A la deriva sí adolece de no profundizar más en el qué contar, lo cual queda definitivamente expuesto en su abrupto final, la subtrama del narcotráfico nunca toma el vuelo necesario. También puede que no lo necesite, que simplemente estemos frente a un fresco de vida crudo, directo y duro; si esa es la idea, y eso es lo que el espectador busca, A la deriva es ante todo una película que respira sinceridad.