Memoria

Crítica de Luciano Monteagudo - Página 12

"Memoria", con Tilda Swinton: el sonido de la tierra.

En su film más reciente, Weerasethakul cambia las selvas de su país por las de Colombia, pero su cine sigue transcurriendo en un limbo a mitad de camino entre el sueño y la vigilia, habitado fantasmas que nunca se ven pero parecen estar allí desde el comienzo de los tiempos.

Un ruido seco e intenso -¿un portazo, un intruso quizás?- despierta a una mujer en medio de la noche. Se levanta con sigilo, pero no hay nadie en su departamento. Tampoco en el estacionamiento de la planta baja, cuando de pronto las luces y alarmas de todos los autos se encienden y comienzan a sonar. Así de inquietante y misterioso es el inicio de Memoria, el esperado regreso del gran director tailandés Apichatpong Weerasethakul al largometraje después de seis años dedicados al cortometraje y las instalaciones. Figura central del mejor cine contemporáneo, con films como El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, Palma de Oro del Festival de Cannes 2010, Weerasethakul cambia en Memoria las selvas de su país por las de Colombia, pero su cine sigue transcurriendo en un limbo a mitad de camino entre el sueño y la vigilia, habitado tanto por hombres y mujeres de carne y hueso como por presencias, espectros, fantasmas que nunca se ven pero parecen estar allí desde el comienzo de los tiempos.

La mujer en cuestión es Jessica (Tilda Swinton), una botánica inglesa radicada temporariamente en Medellín y con una rara sensibilidad estética, como lo prueba su encuentro con un poeta, a quien le inspira un poema sobre los hongos, un organismo que se clasifica en un reino indeterminado, distinto al de las plantas y los animales. Todo en Memoria parecería transcurrir en una suerte de terra incognita, allí donde mueren las certezas. Como ese ruido inicial, que sólo Jessica parece escuchar, que sigue sonando en su cabeza y que escapa al dominio de la medicina y de la ciencia. Apenas si consigue reconstruirlo trabajosamente en un estudio de grabación, con la ayuda de un ingeniero de sonido, que es también músico. Y que no tardará en desaparecer, enigmáticamente.

La actitud de esta mujer es la de una académica, pero también la de una artista: está a la búsqueda. Busca ese sonido, no tanto porque perturba sus sueños –hay un punto en el que Jessica deja de dormir- como porque entiende que allí hay algo de otro orden, quizás metafísico. “El murmullo del núcleo de la tierra”, lo describe cuando intenta definirlo. Y agrega: “Es profundo y redondo”. Y para encontrarlo, deberá dejar atrás la ciudad e internarse en la montaña y la selva, allí donde su hermana actriz estuvo haciendo una experiencia teatral con pueblos originarios y quedó en un extraño estado de catalepsia, un sueño profundo del que le cuesta despertar.

Es notable el modo en el que Weerasethakul trabaja con la matriz del cine fantástico sin caer jamás en ninguno de sus lugares comunes. El modelo a seguir no podría ser más clásico y es el del maestro Jacques Tourneur: sugerir, insinuar, utilizar las infinitas posibilidades del sonido y del fuera de campo. No por nada el personaje de Tilda Swinton se llama Jessica, como la protagonista de uno de los mejores films de Tourneur, I Walked With A Zombie (1943), la esposa aturdida del dueño de un campo de caña de azúcar que se siente irresistiblemente atraída por el sonido de los tambores vudú en la noche de Haití.
Como su homónima, la Jessica de Swinton (extraordinaria, como siempre) también es una extranjera sometida al hechizo de un llamado de otra tierra.

Pero a su vez Weerasethakul no podría ser más moderno: su cine fragmenta la narración de un modo muy particular, trabajando con módulos que el espectador deberá ir uniendo entre sí, como si siguiera una línea de puntos que recién hacia el final ofrecen la figura completa. Habrá que prestar atención entonces a las pausas que Jessica hace en su camino hacia la selva, como cuando se detiene en la construcción de un inmenso túnel que horada las entrañas de la tierra. Es allí donde una amiga antropóloga (la francesa Jeanne Balibar) ha encontrado el esqueleto de una niña de miles de años atrás. Y que habría muerto en un ritual que el tiempo no permite descifrar.
De los brutales taladros neumáticos, Jessica pasa al levísimo arrullo de un chorrillo de montaña, donde tiene un encuentro determinante con un pescador de la zona, un prolongado plano fijo sin cortes que será crucial para la búsqueda de Jessica. Allí finalmente la protagonista alcanza “un estado de equilibrio cuando el yo se desvanece”, en palabras del propio director. La naturaleza parece hablar, de pronto, con más elocuencia que nunca. Y si Jessica puede ser interpretada como una suerte de médium, la película misma se convierte en un tótem, en un emblema protector de la gran tribu humana, que a pesar del ruido del mundo no se resigna a perder su memoria histórica y su armonía con el universo.