Memoria

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

La mujer sin certezas.
Viendo sus anteriores películas (Tropical Malady, Síndromes y un siglo, El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, Cementerio de esplendor), era cómodo para los espectadores de este lado del mundo asociar a Weerasethakul con lo fantasmal, lo insondable y lo exótico, por el limitado conocimiento que se tiene de distintos aspectos de la cultura y la historia de los países orientales. Pero Memoria desmonta el prejuicio de que el cineasta tailandés se vale de esos elementos para generar misterio: transcurre en Colombia –con varios actores (incluso la protagonista, la inglesa Tilda Swinton) hablando casi siempre en español–, es decir, en un territorio más cercano a la realidad cotidiana de los latinoamericanos, y sin embargo conserva ese halo de extrañeza que recorre su obra. La palabra del título, además, suele ser aplicada entre nosotros para aludir a la necesidad de que ciertos episodios de nuestra historia no caigan en el olvido, o, en todo caso, para referirse a problemas de aprendizaje durante la vida estudiantil o enfermedades en la vida adulta: de nada de esto trata Memoria, al menos no directamente.
Es la memoria de los seres humanos, y el peso de la misma en la naturaleza, lo que inquieta en este film en el que Jessica (Swinton), una estudiosa de las plantas, empieza imprevistamente a escuchar un fuerte y repentino sonido que la desvela, llevándola a interrogantes que intenta dilucidar atendiendo a lo que va encontrando a su paso (un aparente accidente en la calle, raras pinturas en un museo, huellas en un túnel excavado bajo la tierra, piedras al costado de un bucólico paraje) durante una recorrida mansamente errática, en la que entabla conversación con desconocidos interlocutores (un joven sonidista, una médica forense que investiga restos humanos de miles de años de antigüedad, otra doctora más campechana, un pescador que la introduce en un estado de trance).
A través de extendidos planos fijos y sobrios movimientos de cámara, un admirable trabajo con el sonido, locaciones muy bien elegidas y la presencia de Swinton (una vez más imponiendo su imagen andrógina y una expresión desapacible), Memoria produce un efecto perturbador a la vez que hipnótico, deslizándose por las dudas que pueden despertar los contactos de lo moderno con lo salvaje, los vivos del presente y del pasado, el conocimiento intelectual y las resonancias míticas, el plano físico y el intuitivo o espiritual.
Desde ya que el film puede impacientar a quien se resista a lo contemplativo o espere de toda película vértigo de montaña rusa, pero vale aclara que el sosiego de Weerasethakul no implica solemnidad, como lo demuestran algunas de sus decisiones como guionista y director: no hay música clásica que imponga gravedad (solo una sesión de jazz al registrar un ensayo, en una secuencia), insinúa trazos de humor (por ejemplo al mostrar a Jessica obsesionada con un perro, después que su hermana le dice haber soñado con él, o cuando durante una cena compartida intenta disimular que escucha los ruidos que la desconciertan) y hasta se permite la irrupción de algo que conduce directamente al film hacia el género fantástico, haciéndolo sin pudor y con elegancia.
Entre los personajes que rodean a la protagonista se encuentra su cuñado, un médico que escribe poesías sobre temas relacionados con su profesión, encarnado por Daniel Giménez Cacho, el actor de Zama (2017, Lucrecia Martel). Y es precisamente otra película de Martel la que trae a la memoria –valga la redundancia– Memoria: como en La mujer sin cabeza (2008), aquí también una mujer sufre por algo que no sabe qué es, tal vez un desorden mental, un profundo miedo, una sensación de soledad o la incomprensión que encuentra a su alrededor, evidente cuando dialoga encontrando a veces respuestas cortantes o ligeramente absurdas. La Jessica de AW, en todo caso, traslada al espectador a un espacio más benigno, en el que las sensaciones y las preguntas conforman un melancólico bálsamo.
Por Fernando G. Varea