Elementos

Crítica de Guillermo Courau - La Nación

Las películas de Pixar, antes y después de Disney, utilizan mejor que sus competidores múltiples recursos y capas narrativas para llevar adelante una historia. Gags simples para los más chicos, algún que otro doble sentido en busca de la complicidad adulta, y una esencia que articula el relato aun cuando no sea el foco de la trama ¿Qué es Los increíbles sino la historia de un matrimonio a punto de divorciarse? ¿O Toy Story con su metáfora sobre el paso del tiempo y la muerte? Todo está ahí, simplemente se trata de cómo acercarse a ellos.

En la simpática travesura romántica que forma la cáscara de Elementos se entrecruzan grandes debates del presente como la problemática migrante, la discriminación, la evolución merced a la ruptura de mandatos culturales autoimpuestos, y la responsabilidad de los padres en la construcción de la identidad de sus hijos. En un marco de colores brillantes, un aura siempre al borde de la lágrima pero sin sensiblería, y momentos de auténtica poesía visual donde no hacen falta palabras.

En Ciudad Elementos existen cuatro zonas: la del fuego, la del agua, la del aire y la de la tierra. Sus habitantes viven en armonía, aun cuando muchos tienen un evidente resquemor hacia la gente de fuego, por una combinación de miedo y desprecio a su esencia.

La joven Ember (que en español significa “brasa”) sueña desde chica con hacerse cargo del polirrubro familiar. Sin embargo, llegada a la adolescencia debe enfrentar dos grandes retos: aprender a controlar su temperamento –que la lleva a provocar incendios en las que nada a su alrededor queda a salvo– y descubrir si seguir el camino de su progenitor al frente del local es parte de un deseo propio o una consecuencia del “deber ser”.

En uno de estos enojos incendiarios, Ember rompe una tubería ubicada en el sótano del negocio. Este comienza a inundarse (algo que a priori no debiera pasar en el barrio del fuego, ya que el suministro fue cortado muchos años antes), y del líquido surge Wade, un simpático, despreocupado y extremadamente sensible “chico de agua” que la ayudará a resolver el misterio. A pesar de un nefasto primer encuentro, en el proceso conocerán a sus respectivas familias, se enamorarán y deberán luchar contra aquello de “los elementos nunca se mezclan”; es decir, contra sus propios prejuicios. La idea de integración por momentos recuerda a la premisa de Zootopia de Disney, un deslucido intento previo de transitar caminos parecidos.

Sin grandes estrellas en el elenco de voces, ni una banda musical con vida propia -aun cuando la excelente “Steal The Show” de Lauv tiene todo para llevarse el próximo Oscar a mejor canción-, Elementos es un manifiesto por la tolerancia, que señala a las nuevas generaciones como responsables y artífices del cambio. Los mismos que, no importa la edad que tengan, disfrutarán de los múltiples niveles de encanto que ofrece la película. Ahora y en el futuro.