8 minutos antes de morir

Crítica de Uriel De Simoni - A Sala Llena

8 Minutos Antes de Morir narra la aparición repentina del Capitán Colter Stevens, un piloto militar de helicópteros, en un tren lleno de pasajeros frente a una muchacha que, a pesar de nunca haberla visto, asegura que lo conoce, haciendo caso omiso a las constantes negaciones del protagonista.

Es así que Colter se encuentra encarnado en un cuerpo extraño y en una situación que desconoce, por lo que pretenderá descubrir el por qué del entorno y de su misterioso despertar ajeno. Confundido y alterado recorre el tren ante personajes que encuentran su andar sospechoso hasta que una explosión arrasa con el tren todo y sus viajantes incluidos.

El Capitán Stevens, entonces, vuelve en sí dentro de una cápsula cerrada en su verdadero cuerpo con un único contacto con el exterior: una pantalla por donde habla una mujer que le dice que se encuentra dentro de una misión para prevenir un ataque terrorista y que no será liberado hasta descubrir al autor del accidente del tren y las claves para detener un posterior ataque nuclear. Como si fuera poco y para sumar complejidad al reto, le informan que será enviado al tren nuevamente, a ese cuerpo ajeno en que se vio otro y tendrá solo ocho minutos para resolver el misterio antes de que su vida sea borrada.

Destino y tecnología se unen en 8 Minutos Antes de Morir para dar luz a una historia por demás rebuscada, en donde el viaje mental de un cuerpo a otro será la clave para resolver los misterios de las materializaciones, pasando por universos paralelos y estados que remiten a lo onírico de El Origen (Inception, EE.UU. 2010), el cuarto de los post-mortem de la historieta Gantz (Gantz, Japón 2000) y a las conexiones inter/intra-personales de mundos simultaneos de Avatar (Avatar, EE.UU. 2009) y Matrix (The Matrix, EE.UU. 1999, influido brevemente por la catástrofe emmerichiana..

En su segunda entrega cinematográfica, Duncan Jones, autor de la personalísima e introvertida Luna (Moon, Reino Unido 2009), nos brinda un escenario cibernético dentro de lo mundano de la cotidianeidad, acercándose a obras magistrales como la gélida Ghost in the Shell (Ghost in the Shell, Japón 1995).

Si bien el componente psicológico del filme es de carácter personal, al igual que en su ópera prima, el hijo de David Bowie, narra un thriller de ciencia ficción en donde el espacio y el tiempo son corrompidos constantemente a favor de una progresión que no hace caso de linealidades temáticas.

Planos magistralmente compuestos y un arte fotográfico que deslumbraría al propio Brian Slade de Velvet Goldmine (Velvet Goldmine, EE.UU. 1998), 8 Minutos Antes de Morir nos ofrece multiplicidad de géneros interconectados que hacen a una red dramática impecable, donde su punto débil y descenso de la cuestión, recae en la innecesaria y exagerada sensibilidad impresa en la obra resultando incluso empalagosa para el genero tocado. Más allá de este detalle”comercial” para abarcar un mayor espectro en términos numéricos y taquilleros, Duncan retrata las ofertas que el celuloide presenta en la actualidad sin utilización del efectismo fácil de atracción/distracción visual (ustedes verán), pero con un uso del recurso repetitivo que alimenta el relato desde la conformación unificadora del material.

Innovación old school con recursos actuales, sumado al protagonismo fuerte y ágil de Jake Gyllenhaal, componen el esquema de una obra de exquisito control de técnica (tanto cinética como fotográfica), acompañado por un correcto empleo del sonido y del montaje dando cuenta, en comunión, del suspenso que la mente directiva imprimió y se encargó de diseminar; como así también esa frialdad cibernética que solo es graduada y equilibrada por el “factor humano” en justas dosis de anti-locura que contrastan y abren terreno a la reflexión más allá de lo puramente abstracto de lo imposible, transmutado en realidad bajo la influencia de la lente que captura el tiempo.

La realidad inconforme nos recrea en el filme a una nueva de su naturaleza, brindando eternas posibilidades de reivindicarnos, de reencarnar en eternos “yo(s)” que justifican esa vida inconclusa, trunca, de héroes incompletos devenidos en aquello que forma un co-relato que nos involucra, nos construye y nos representa aunque ya no seamos parte de ese paisaje que creemos existente.