8 minutos antes de morir

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

La finitud de la vida como luz verde

La película 8 minutos antes de morir tiene una de esas premisas de guión que enseguida enganchan a cualquier espectador. El soldado Colter Stevens (Jake Gyllenhaal) ha sido –sin previo aviso– reclutado para un programa llamado Source Code. Este programa le permite adoptar la identidad de otra persona en los últimos ocho minutos de su vida. En esos ocho minutos él deberá encontrar una bomba en un tren que va rumbo a Chicago. Pero a la vez deberá lograr que quien colocó ese artefacto no haga explotar una bomba mucho mayor en plena ciudad. El soldado es enviado una y otra vez y en cada período de ocho minutos irá encontrando nuevas pruebas. Cualquier narración donde el protagonista tenga que resolver algo en pocos minutos alcanza un clímax de tensión y esta película se sirve de dicho clímax varias veces, cuando una y otra vez se logra captar la angustia de esa carrera contra reloj. La original trama posee, como si no fuera suficiente, una historia de amor, lo cual aumenta el compromiso emocional del espectador con el relato. El personaje debe aprender de cada nuevo período de ocho minutos algo nuevo que le servirá para el siguiente. En ese aspecto, la película recuerda a dos comedias, Hechizo del tiempo, con Bill Murray y Andie McDowell, y Como si fuera la primera vez, con Adam Sandler y Drew Barrymore. Pero en aquellos relatos el aprendizaje era visto con humor, a diferencia de aquí, donde la desesperación es lo que marca todo el proceso. Sin embargo hay pequeños instantes donde el personaje actúa como los protagonistas de aquellos films. La construcción dramática de todos estos relatos tiene algo en común, la idea de que la conciencia de la finitud nos hace valorar la vida más que nunca, en el género cinematográfico que sea.