8 apellidos vascos

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

A falta de pan, buenas son tortas

Típica comedia de enredos, la película española más vista en toda su historia, con diez millones de espectadores, corre el riesgo de ser apenas un acontecimiento propio del folklore nacional. Tanto como pueden serlo la sangría o la sangre del toro. 

8 apellidos vascos se estrena en Argentina cuando en España termina de filmarse su secuela, Nueve apellidos vascos, con estreno previsto para 2016. Presentada en su país un año atrás, esta típica “comedia de enredos” es, sin más vueltas, la película española más vista en toda su historia. Diez millones de espectadores (el 25 por ciento de la población, cifra asombrosa) y la friolera de 60 millones de euros recaudados en su territorio certifican el carácter de fenómeno, que cuenta con todos los elementos de identificación local necesarios. Por eso mismo corre el riesgo de convertirse en un suceso propio del folklore nacional. Tanto como pueden serlo la sangría o la sangre (del toro). Fuera del ámbito de recepción al que parece prioritariamente dirigida, la película dirigida por el veterano amanuense Emilio Martínez-Lázaro queda reducida al hueso: una comedia romántica que no se corre ni un pasito del canon, y que como fondo explota extensivamente clichés regionales.Escrita por los vascos Borja Cobeaga y Diego San José (que habían trabajado juntos en la muy buena comedia “a la americana” Pagafantas, 2009), 8 apellidos vascos (que en España se estrenó, curiosamente, como Ocho apellidos vascos, con letras) es un mash-up de dos comedias previas, ambas francesas. Una es reciente y tuvo un éxito semejante en su país, así como escasa repercusión en el extranjero. Se trata de Bienvenue chez les Ch’tis, que aquí se estrenó con el título Bienvenidos al país de la locura y pasó justamente inadvertida. La otra es lo que podría considerarse un clásico: La jaula de las locas. Como en la primera de ellas, 8 apellidos confronta a gente del sur con la del norte, aunque es verdad que usando el estereotipo, en lugar de hundirse en él. Como en la segunda, se hace necesario disimular la verdadera condición frente al suegro, representante de un canon rígido. En este caso no se trata de una veterana pareja gay y un matrimonio de representantes del establishment, sino de un novio sevillano y un suegro vasco.Que la película piensa trabajar sobre el cliché, y no simplemente reproducirlo, lo revela la escena inicial, en la que una típica bailaora resulta ser nativa del País Vasco. Y no de La Vascongada, como dice el muchacho que la echa de un colmao a los empellones, sin que ni ella ni ninguno de los parroquianos reaccione frente al atropello de género. Tampoco lo hace la propia película, en un momento que es como para levantarse e irse. Van unos cinco minutos de proyección y es el punto más bajo de 8 apellidos vascos, que por suerte en el resto del metraje no resulta el alarde de misoginia en armas que el comienzo prometía. Tampoco la entrega al estereotipo que el propio esquema dramático pudo haber motivado.Salvo algún que otro “toque” en ese sentido, la película no se hace cargo de los prejuicios típicos de una cultura en la que cada región parecería funcionar como planeta lejano. Son el novio y sus amigos quienes tienen ciertas ideas sobre los vascos (que son brutos y primitivos, básicamente), así como el candidato a suegro no puede ver a un sevillano, por la sencilla razón de que un tipo de ese origen le sopló a la esposa. Con excepción de unos de tarjeta postal que cierran la película, los sevillanos tampoco se la pasan de cantejondo en exageración. Lo más conservador de 8 apellidos vascos es su esquema de género, que cumple paso a paso todos los que prescribe el manual de la comedia romántica.El guión de Cobeaga y San José arma dos parejas imprevistas, a falta de una. Una de jóvenes (Dani Rovira tiene gracia, Clara Lago no mucha) y otra de mayores (Karra Elejalde tiene más ocasión de lucimiento que Carmen Machi). Es en ese reparto de oportunidades donde puede adivinarse una disparidad de género, subyacente ya en el guión. Con humor algo rústico y tirando a elemental, si se sobrelleva la sumisión de género (sexual y cinematográfico) puede disfrutarse de alguna que otra escena. De los diálogos, poco y nada. Como sucede con nueve de cada diez películas españolas, la suma de un habla basada en el gruñido corto y un sonido poco claro impiden entender casi por completo los gags verbales, que no son escasos.