8 apellidos vascos

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

A Euskadi con amor…

Un cambio curioso que se ha dado en la cartelera cinematográfica argentina durante los últimos tiempos, si la comparamos con su homóloga de lustros pasados, es la desaparición de las películas de graduación moderadamente costumbrista, cercanas tanto al grotesco como al ridículo calculado. En consonancia con la homogeneización cultural que desde el mainstream y sus distribuidoras se pretende imponer a escala global en los mercados nacionales, bien podemos afirmar que a rasgos generales se fue reduciendo de manera progresiva la entrada de opus pensados para circuitos comerciales foráneos, lo que derivó en la preeminencia de Hollywood y la imposibilidad de acceder a una alternativa “exótica”.

Así como el panorama no admite demasiadas expectativas en cuanto a un repliegue de esta concentración en torno a un esquema que entroniza el eje masivo, hoy aggiornado a la multiplicación de parcelas de consumo de nuestros días, de vez en cuando nos encontramos de improviso con una pequeña excepción que permite dilucidar qué entienden por “comedia popular” en latitudes inhóspitas (el prisma ocasional depende de la ubicación del sujeto en cuestión). Desde ya que la llegada de Ocho Apellidos Vascos (2014) a estas pampas no obedece a una apertura de criterios ni mucho menos, sino al detalle de que hablamos del film autóctono más visto en la historia de España, con 6,5 millones de espectadores en total.

Definitivamente la combinación que propone el convite debe haber tocado alguna fibra íntima del público, a partir de una dimensión formal vinculada al lenguaje televisivo (la estructuración de tomas es muy sencilla y el desarrollo a nivel de la fotografía casi nulo) y un arsenal de referencias ácidas para con dos de las principales identidades comunales de la región (la enorme variedad de chistes sobre andaluces y vascos compensan en buena medida los estereotipos de todo tipo que enmarcan a la producción). En esencia el relato posee tres capítulos centrales: mientras que el primero y el último se guían bajo el mantra del corazón, el segmento intermedio funciona como una comedia de situaciones tradicional.

Luego de un encuentro inicial algo nebuloso, Rafael (Dani Rovira) decide viajar de Sevilla al pueblito ficcional de Argoitia, en el País Vasco (o Provincias Vascongadas o Euskadi, entre los muchos nombres que recibe en la obra y en España en general), para devolverle la cartera a Amaia (Clara Lago), lo que eventualmente origina la necesidad de la señorita de aparentar un compromiso con el muchacho frente a los ojos nacionalistas del padre, Koldo (Karra Elejalde), a quien no desea comunicarle que la boda real se vino a pique. Más allá del argot vernáculo y las hilarantes alusiones a ETA, la propuesta es simpática pero mediocre, tan encantadora en su simpleza como uniforme y árida en el apartado narrativo…