8 apellidos catalanes

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

Risas, amores e independencia

Secuela atada a su exitosa antecesora, la película más vista en la historia del cine español, 8 apellidos catalanes es una ocurrente continuidad para aquélla comedia, evidencia de la necesidad urgente de españoles, vascos, andaluces y catalanes de reírse de ellos mismos, juntos o separados. El mismo elenco, reforzado y mudado a Cataluña, encuentra otra trama hilarante para poner en escena a estos personajes estereotipados que ya conforman una galería entrañable y famosa.

Es cierto, ayuda y mucho haber visto su antecesora para entrar rápido en el mundo que propone esta secuela, que arranca en un puerto vasco, con reprimendas geográficas y culturales entre la pareja más madura del filme, la de Koldo y Merche, derivada de los personajes jóvenes que encarnan Dani Rovira y Clara Lago.

¿Qué fue de Rafa y Amaia? Están separados. El volvió a Sevilla, perdido, incapacitado para reiniciar una vida amorosa, marcado por su experiencia anterior. “Tu para mí no eres andaluz, eres Rafa”, le dirá Koldo, su casi suegro vasco cuando vaya a buscarlo a Sevilla para pedirle que, juntos, rescaten a su hija de un casamiento horrible en Cataluña, con un artista cool, independentista también, y absolutamente estereotipado. Pero la boda está planeada, y allá van Rafa y Koldo, invitación en mano, para intentar torcer el destino.

Allí, la historia de amor se cruza con una parodia de la independencia y con marcas culturales exacerbadas. Pau, el indolente novio, es un joven artista que siempre está en pose, postureo le llaman. “Intolerancia cero es el hashtag de mi vida”, dirá. Judith es la wedding planner, enamorada de su jefe, y la abuela de Pau, la anfitriona, se creyó el cuento de que Cataluña ya es independiente. “Nunca antes que los vascos”, se quejará, amargo, Koldo. Comedia leve, juego intencional con culturas, fronteras y estereotipos. E historias de pareja para entrecruzar esos mundos con amor y gracia.