8 apellidos catalanes

Crítica de Daniel Lighterman - Visión del cine

Dos años Después del rotundo éxito español de 8 apellidos vascos, llega la secuela, 8 apellidos catalanes que como su nombre bien lo indica, va a prescindir de todo disimulo cuando se trate de copiar la fórmula de su predecesora.
Nuevamente encontramos a Rafael, sevillano él, pasando de cama en cama, de mujer en mujer y de fiesta en fiesta. El y Amaia ya no son pareja y Rafael aprovecha la ocasión para volver a disfrutar de la soltería, aunque todo cambia cuando el padre de Amaia llega para decirle que ella se está por casar con otro hombre, y Rafael comienza entonces un viaje para reencontrarse con su amada y así impedir el casamiento.

Suena el argumento conocido? Sin dudas, hemos visto esta historia repetida hasta el hartazgo en el cine, con resultados desparejos. 8 apellidos catalanes está muy abajo en la lista de esas comedias románticas, no sólo por intentar copiar fórmulas usadas hasta el hartazgo y hacerlo mal, sino por no poder siquiera despegarse de la película original.

Los chistes se repiten, las situaciones picarescas se repiten, y en el medio, los actores no parecen saber muy bien a qué juegan.

Demasiado apoyada en Dani Rovira (el actor que interpreta a Rafa) la cámara abusa de su gestualidad, como si fuese una especie de Jim Carrey español. El resto del elenco, con algunos aciertos, realmente no parece tener mucha idea de cuáles son las características de sus personajes.

Y los chistes… Los chistes realmente no son nada graciosos. El guión es errático y no parece poder decidirse entre la comedia física y el chiste verbal, y como suele pasar en esos casos, ni uno ni otro termina saliendo bien.

8 apellidos catalanes es una película poco graciosa, que dividirá al público de acuerdo a qué tan bien le caiga el personaje de Rafa, pero que carece de los elementos necesarios para hacerla una buena comedia aún para pasar el rato.