50 primaveras

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

El segundo largometraje de la actriz y directora Blandine Lenoir es una perfecta radiografía de una mujer circulando por el periodo del climaterio. Para sustentarse en ese registro contó con la ayuda encomiable de la actriz Agnes Jaoui (también directora), quien sostiene en sus espaldas todo el relato. Claro que la actriz interpreta a una mujer común y corriente a los 50 años, y Agnes no es una mujer normal, que todavía guarda en si la belleza y la frescura de su juventud.
La producción se instala como una comedia agridulce de claro corte femenino, lo cual no es un pecado en si mismo, salvo que los hombres, personajes netamente laterales en la historia, no poseen peso especifico, no tienen un desarrollo adecuado ni influyen demasiado en la acentuación dramática, eso sólo aparece en el personaje de Aurora, (titulo original del filme). Tampoco existe una subtrama que ayude a la principal para su progresión.
Abundan en el desarrollo los diálogos explicativos de las circunstancias, lo que terminan por hacer aparecer a la producción como una clase de psicología femenina de la mujer menopáusica. Mucha mayor preponderancia dado en el guión al contenido que a la forma, pero sin tampoco profundizar demasiado.
Aurore Tabort está separada, acaba de experimentar un gran cambio en su vida de relación con el entorno. En su trabajo, tras la llegada de un nuevo jefe, queda relegada a un espacio y trato discriminador respecto de sus compañeras más jóvenes. Además ha recibido novedades por parte de sus hijas, por un lado la “gran” noticia de que va a ser abuela, por otro que la menor de las dos se muda a Barcelona con su novio. Todo junto, y a sus 50 años.
Su vida parece estar estancada, si la vida empieza a los 40 entonces no ha vivido. Ahora se siente en decadencia frente al florecer de sus hijas, que la biología no la ayuda demasiado, cree haber perdido los encantos, se muestra desencantada de la vida. Sentiría que no sólo no hay retorno, sino que el volver a empezar también se muestra utópico.
Pero su encuentro casual con un antiguo amor de su juventud produce un cambio en nuestra heroína. En principio se niega a admitir que esa podría ser la ocasión perfecta para empezar una nueva vida.
Es cierto que todo se inicia en un punto que podría haber derivado en un catalogo de lugares comunes, un sinfín de clichés, pero la actriz, los secundarios y lo astuto del texto terminan por transformarla en un buen pasatiempo. Para dar cuenta de otra cosa le falta bastante que ahondar. Trabaja muy superficialmente los desafíos corporales: adiós a la menstruación, sequedad vaginal, lo que se traduce en dificultad de una buena relación sexual, ¿Orgasmo? ¡Olvídate! Cistitis, aumentos de peso, ausencia de hormonas, pérdida de masa muscular, a veces ósea, diabetes hipertensión... ¿quién da más?
Lo más importante sería la sensación de invisibilidad, transparencia total, de que ya nadie la tiene en cuenta, no es una geronte, no es joven, no hay definición posible, eso al menos experimenta y expresa el personaje. Lo peor es que es verdad todo eso. Sólo que el humor presente le quita peso trágico al relato, algo así como que si algo no tiene solución entonces no es un problema.
Realización simpática que se deja ver, sin demasiadas pretensione, con una actuación de la actriz por encima del texto. Nada más.