50 primaveras

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

¿QUIÉN SOY?

“¿Sabés lo que me dijo tu abuela cuando tuve mi primer período? ‘Ya eres una mujer’ y ahora que se me fue, ¿qué soy?”. La duda que atormenta a Aurora tiene que ver con un mandato cultural establecido en el que las mujeres, una vez que atraviesan la menopausia, ya no poseen una funcionalidad social, una razón de existencia y, mucho menos, la condición de ser deseables. En su lugar, deben permanecer ajenas y mecanizadas, mientras las nuevas generaciones pueden procrear, volverse íconos y conquistar a cualquier hombre.

Para desmitificar esta mentalidad esquemática y atrasada, la directora y actriz francesa Blandine Lenoir propone una mujer de 50 años viva, que experimenta una serie de cambios hormonales, físicos, de autoestima, laborales y hasta familiares en conjunto con el universo femenino que la rodea, como sus hijas, la mejor amiga Mano, la mujer de recursos humanos o las señoras mayores hacia el final.

De esta forma, Aurora se compone, por un lado, de la necesidad de reinventarse frente a la pérdida de trabajo, al divorcio, a la sorpresiva menopausia y a la abrumadora idea de ser abuela; por otro, en el vínculo que construye con cada una de las mujeres que forman parte de su vida. De hecho, una de las imágenes que mejor ilustra esa simbiosis es aquella en la que Aurora se recuesta en la cama junto a sus dos hijas y Mano como lazo femenino por excelencia, o el abrazo con la señora después de escuchar que las mujeres mueren sin coraje, a diferencia de los hombres.

Por otra parte, en 50 primaveras, los hombres están ligados a un rol temporal. Su ex marido tiene una nueva familia con hijos pequeños y se siente amenazado ante las palabras menopausia o abuelo; mientras que Christopher “Totoche” Tochard evidencia esa chispa perdida en la juventud tanto del amor como del disfrute del aquí y ahora.

El médico, en su breve aparición, da cuenta del pensamiento estructurado de una mujer inservible post retiro de la menstruación, y Hervé se refugia en ella para escapar de sus propios tormentos con la esperanza de un futuro más alentador.

La música tiene una fuerte impronta como juego entre pasado y presente a través de los bailes de la protagonista con las hijas pequeñas –aunque ella se ve como en la actualidad–, la liberación de los miedos o el canto durante el reencuentro con Totoche. Incluso, ese nexo se vuelve tangible con la mostración de los casettes como registro de la historia entre ambos.

Frente a la búsqueda de un nuevo trabajo, al hecho de ser abuela y de permitirse desear y ser objeto de deseo, Aurora espera frente a las puertas corredizas. ¿Se abrirán esta vez para ella?

Por Brenda Caletti
@117Brenn