5 A.M. Cinco ante los miedos

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

TRASNOCHE PARANORMAL

“Este juego se juega a corazón abierto y en carne viva” se escucha decir al comienzo. El problema principal de 5 A.M., una producción que destila independencia pero pocas ideas sólidas, es el carácter trillado de ese juego, una ensaladera de lugares comunes dentro del género del terror que, salvo algunos destellos visuales, difícilmente conmueva. Sobre todo porque recurre a decisiones argumentales que bien podrían pensarse en un imaginario adolescente ya que el supuesto gancho narrativo pasa por la repetida modalidad de la copa y la comunicación con los muertos.

La historia transcurre en dos espacios diferenciados por cortes continuos. Durante el inicio, una serie de planos generales muy lavados digitalmente nos instalan en La Plata mientras se escuchan las campanadas de catedrales. Luego, el detalle de unos juguetes conducen a la mirada perdida de Mercedes (Cristina Alberó) dirigida a una puerta. El otro ámbito, poco riguroso visualmente, consiste en una reunión en un departamento de Bs.As. en el que Adrián (Adrián Spinelli) convoca a unos amigos para transmitirles un tormento. La ayuda sólo puede hacerse efectiva a través del juego propiamente dicho. A partir de ese momento habrá una alternancia un poco caprichosa entre los dos marcos cuya resolución parece sacada de otras películas harto conocidas. Lamentablemente, el decente trabajo con el sonido intenta suplir las falencias en las imágenes, y fundamentalmente los pronunciados baches que surgen como producto de las actuaciones de los personajes secundarios. Si uno de los rasgos del género es mantener en vilo al espectador, crear una atmósfera adecuada para capturarlo en la pantalla, la poca empatía que generan las voces gastadas y los gestos inverosímiles de los personajes poco contribuyen a mantener el misterio propuesto, a tal punto que ciertos diálogos pueden producir el efecto contrario. Parece una subestimación innecesaria de un género que se alimenta justamente de los movimientos corporales, los tonos de voz y las expresiones faciales como parte indispensable de su dinámica (recuerdo la extraordinaria escena de Blow out de Brian De Palma en la que Travolta busca gritos decentes para los films en los que interviene como sonidista).

Lo llamativo es la diferencia en la manera en que se encaran los dos ámbitos desde el punto de vista estético. Cuando vemos la azotea en la que se encierra Mercedes, el trabajo con la luz (un tanto exagerado) devela una voluntad por encuadrar que seduce por unos minutos o al menos manifiesta un rigor bien pensante. Todo lo opuesto al registro movedizo que impera en la reunión de los amigos, con un montaje fragmentado cuyos resultados sacan de clima constantemente, incluidos unos efectos poco logrados. Cuesta entender que no haya un plano de conjunto logrado en esa conversación de tránsito adolescente de fogón. Tal vez, un poco más de pimienta en el guión y algo de originalidad en la puesta en escena podrían haber elevado esta película a un escalón más decente que el de la trasnoche paranormal.