47 Ronin: La leyenda del samurai

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

No por nada se considera a la cultura occidental como avasallante. Predominante en cuanto a masividad, siempre se las arregló para “adaptar” relatos provenientes de otras cultural, las orientales, a su modo y gusto. En el cine Hollywood porta esta bandera y podemos hablar desde las remakes de películas de terror asiáticas (la mayoría de ellas con parte de sus historias ocurriendo en su país de origen), hasta films de artes marciales (transportando a sus máximas estrellas y directores).
Los films de Samurai siempre han sido un atractivo, los más reconocidos directores de Asia han utilizado esta temática para hablar de su cultura y sus valores. Hollywood también arremetió contra ellos, ya sea convirtiéndolos en westerns o colocando a uno de los suyos en tierras orientales. Este último es el caso de 47 Ronin, ópera prima de Carl Rinsch.
Un mestizo llamado Kai (Keannu Reeves) intenta formar parte de una legión de Samuráis, pero es rechazado de plano. Sólo Asano el líder y Señor de la aldea en que habita (Min Tanaka), y su hija enamorada (Kô Shibasaki), parecen aceptarlo y lo toma como su mentor.
Pero las cosas comienzan a complicarse, durante un torneo organizado por el Shogun (Cary-Hiroyuki “Shang Tsun” Tagawa), se harán presentes Kira (Tadanobu Asano) Lord de otra aldea y la pérfida bruja y secuaz Mizuki (Rinko Kikuchi). La bruja primero envenenará a un guerrero y Kai lo reemplazará ante la negativa de todos, luego envenena a Asano haciendo peligrar la unión del Imperio por lo que pagará con su vida.
¿Qué es lo que queda? Los Samuráis de Asano serán desmembrados (no literalmente) como grupo y Kai será expulsado por los mismos. Pero luego, cuando uno de ellos, Ôishi (Hiroyuki Sanada) quiera rearmar el grupo buscará al mestizo para juntos tomar venganza.
La historia de los 47 Ronins (Samuráis desterrados) es una leyenda popular del Japón antiguo, pero lo que la película hace es quitarle todo tipo de visión referida a la verdadera cultura del país. Lo que en manos de maestros como Akira Kurosawa, Hiroshi Inagaki, o Kaneto Shindo eran complejas historias de honor, valentía y contemplación, queda reducido a un entramado muy simple enrarecido (el argumento no se entiende con claridad), plagado de efectos digitales, escenas de acción con virtuosismo de cámara lenta, y personajes lineales en donde el bueno es bueno y el malo malo, como en una serie de dibujos animados.
Con frases grandilocuentes como “la historia de los 47 Ronin cuenta la historia de todo Japón”, y resoluciones simplistas al extremo; tampoco logra lucirse en lo estético con grandes escenarios y vestuario deslucidos con una pobre fotografía y un casi nulo uso del 3D.
Keannu Reeves tiene carisma y es de esos actores inimputables, quizás verlo a él sacando su costado oriental y reconocer a algún actor de algún film clásico de Asia, sea uno de los pocos alicientes de 47 Ronin, un film que tenía las armas para ser mucho más de lo que es, y al cual su visión cosmopolita lo termina traicionando.