47 Ronin: La leyenda del samurai

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Japón para principiantes

Si lo foráneo suele ser de por sí problemático para Hollywood, la aproximación a una cultura tan alejada de los cánones occidentales como la japonesa es una tarea ciclópea. Esto más allá del cariño con el que la factoría norteamericana tenga hacia el acervo de los ojos rasgados (allí están El último samurái o Memorias de una geisha para comprobarlo). Cariño que no implica necesariamente un intento de transmisión ni mucho menos comprensión. 47 Ronin es el último eslabón de esta tendencia. La de este tal Carl Rinsch es una de esas películas de artes marciales que emparda lo ritual con lo grave, mostrando los usos y costumbres orientales como lo haría un libro troquelado para alumnos de primer grado.

¿De qué va la historia? De un misterioso personaje (regreso a la cartelera de Keanu Reeves después de El día que la Tierra se detuvo) que es adoptado por la comunidad Ako. O, mejor dicho, recogido y acobijado, ya que desde su niñez fue un paria. Lo que seguirá es un interés romántico por la hija del líder local, una traición fantástica -en el sentido más literal del término- de parte de un malvado de turno sediento de poder y la alianza con aquellos que antes lo rechazaban y ahora se rendirán ante la evidencia utilitarista de su talento con la espada.

Basada muy, pero muy libremente en la popular leyenda de los 47 samuráis caídos en desgracia (los ronin del título), la misma que abordó Kenji Mizoguchi en el film homónimo, 47 Ronin híbrida -quiere hibridar- la filosofía oriental con la mecanización fantasiosa propia de la mayoría de las superproducciones habituales, incluyendo brujas, dragones y hechizos inexistentes en la materia basal. Decisión que no es necesariamente errada, a no ser porque el film tampoco funciona en esa faceta, convirtiéndose en un largo devenir de diálogos solemnes, panorámicas del grupete cabalgando a campo traviesa y alguna que otra escena de acción, para colmo, mal filmadas, con un montaje siempre atento a cortar justo antes de los espadazos, manteniendo así a la violencia en irremediable fuera de campo.

Así, 47 Ronin terminará oscilando entre el achatamiento cultural, una premisa básica y predecible y una violencia reprimida. Como si todo la capacidad de aprehender los códigos de una franja cultural, el salvajismo y lo pulsional se hubiera quedado en la sala de al lado, justo donde proyectan El lobo de Wall Street.