300: El nacimiento de un imperio

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Pantalla de sangre

La carne, el acero y el sexo dicen presente en esta película de Noam Murro. Las peleas en cámara lenta son un recurso repetido.

La labrys (una pesada hacha de doble filo) remata el destino del rey espartano Leónidas (Gerard Butler). Su verdugo es Jerjes I, el calvo dios-rey de Persia (Rodrigo Santoro), quien también actuó en 300 y ahora dice presente en esta brutal muestra tridimensional.

Siguiendo el rigor histórico del filme de Zack Snyder (productor en esta realización), 300: El nacimiento de un Imperio, se muda de la tierra a las aguas del mar Egeo. Y allí se construyen sus fornidos personajes embarcados.

Por un lado, Temístocles (Sullivan Stapleton), el político y general ateniense que estuvo al mando de la marina griega en las batallas de Artemisio y Salamina, ambas en el 480 A.C. Por el otro, la letal Artemisia (la francesa Eva Green), al frente de la flota persa. Su personaje no tiene piedad, exuda odio, es capaz de decapitar a un hombre y besar los labios de la cabeza recién cortada sin inmutarse ni perder un repetido semblante, entre seductor y maléfico. Al igual que Jerjes, ella busca poner a sus pies a las ciudades-estado helenas.

La carne, el acero y el sexo dicen presente en este filme. Artemisia parece luchar al momento de tener relaciones con Temístocles. Todo es muscular, fricción en cuerpos y armas (¿o el cuerpo no es un arma también?). Y también cerebral -lo más disfrutable- ante cada estrategia de guerra entre los trirremes (antiguas embarcaciones) donde se ve cómo la cantidad no garantiza un triunfo bélico.

El director Noam Murro identificó exageradamente a las fuerzas contrincantes. El ejército persa está abrazado por la oscuridad: el color gris y negro domina el vestuario de los súbditos de Artemisia. Por su parte, la legión de Temístocles brilla con tonalidades oro que enmarcan su invencibilidad.

Párrafo aparte para al factor sangre: siempre en cámara lenta, enchastrando la pantalla como si fuese barro digital. Una y otra vez. Aburre y es obvio, como la excesiva crueldad (caso, una espada clavada en la boca de un rival) que da más asco que acción. Por algo, en los créditos finales, suena War Pigs de Black Sabbath (Paranoid, 1970) que dice: “Los generales concentraron a sus tropas como brujas en misas negras”.