300: El nacimiento de un imperio

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Estética muy cuidada para un buen espectáculo sin rigor histórico

Poco importa el rigor histórico en la saga “300”. Fank Miller nunca tuvo la intención de plasmarlo en su novela gráfica, al menos en lo referido a la conformación de la sociedad espartana, su moral y su idealismo de la libertad y la democracia. Poco importó la fisonomía de estos guerreros, que sino fuera por estar ubicada en el 479 a.C. bien podría tratarse de un documental de strippers. En todo caso la novela seguía muy libremente la corriente de Herodoto como base fundamental. Así, la guerra del desfiladero existió, la gesta heroica también y, por qué no, la leyenda de Leónidas trascendió generación tras generación.
Todas las licencias históricas eran tan fabulescas como necesarias para llevar a cabo cuadro por cuadro la adaptación de “300”. Una estética muy cuidada (aunque los litros de sabre digital nunca llegaban al piso), coreografías de lucha comparables a la genial “El tigre y el dragón” (2000), con una llamativa obsesión por detener la acción casi a punto muerto para seguirla por cuatro o cinco segundos en cámara lenta y, por supuesto, todos los colores filtrados con sepia para mantener una visualidad tan antigua como impactante. “300” fue, en definitiva, por ritmo narrativo, dirección de arte e inobjetable puesta en escena épica, una de las películas marcadas a fuego desde su estreno a la fecha. No va a encontrar mucha gente que no la haya visto de una manera u otra.
A semejante éxito de taquilla le tenía que llegar su secuela una vez que Frank Miller terminara de escribir y dibujar Jerjes, cosa que no ocurrió, por lo cual se producirá la curiosidad de ser la primera secuela en la historia basada en una obra que todavía no ha sido concebida en su totalidad, pues el lanzamiento de “Dark Horse” será, con suerte, a fines de este año.
Detalles al margen “300: El nacimiento de un imperio”, salvo por la secuencia inicial que dará cuenta del origen de Jerjes, se ubica históricamente casi en paralelo con la batalla de las Termópilas, es decir lo que sucedía con Atenas y otros pueblos griegos durante el intento de invasión por parte del imperio persa comandado por el Rey-Dios Jerjes (Rodrigo Santoro). Así como ocurría con la narración de la primera una voz en off cuenta, según ella, que gracias a un hecho muy puntual se desató la hecatombe que sumió a la antigua Grecia en algunas de las famosas batallas médicas. También conoceremos la crueldad que dio origen a una despiadada aliada del rey, Artemisia (Eva Green), quien comandará la flota marina para invadir Atenas, a la cual se opondrá el general Temístocles (Sullivan Stapleton), un ateniense dispuesto a todo, aunque algo más “frío” en impulsividad que su homónimo de Esparta.
Esta producción respeta a rajatabla la mística de aquella de hace siete años, con el agregado de tener, inteligentemente, un par de personajes más con los cuales empardar la fuerza que Leónidas tenía por sí solo. También ayuda a cerrar mejor algunos huecos con varios guiños al guión anterior, con lo cual aquellos que lo recuerden bien van a gozar aún más de las virtudes de éste estreno.
Por el lado estético sigue presente el CGI y la filmación en corte por croma como la estrella principal de la tecnología. La dedicación de un centenar de actores y el aporte de aproximadamente cinco mil participes entre técnicos (efectos especiales, visuales, cámara, sonido, etc.) artistas y equipos de apoyo, induce a pensar que de no ser de esta manera habría sido imposible filmarla.
Al estar Zack Snyder como productor era de aceptar que todos estos rubros funcionan como una orquesta, incluyendo la dirección de arte y la banda de sonido, en ambos casos fieles al tinte épico realmente logrado. Más que subtramas “300: El nacimiento de un imperio” tiene “subpersonajes” que aportan dramatismo en el argumento, ya sea por un bando o por el otro, porque en definitiva la historia ya fue escrita y sabemos como termina.
Los trabajos actorales tienen la impronta que pide la historia, aunque desde el punto de vista estrictamente físico haya que conceder algunas cuestiones (como siempre en éste género) como la fuerza de Artemisia frente a guerreros del tamaño de un ropero. Todo sea por la aventura. El rigor histórico ha de buscarse en otro lado.