300: El nacimiento de un imperio

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Un poema visual de la violencia

De entrada, parecía que hacer una secuela de “300” era un desafío muy grande. Porque Zack Snyder (asimismo hábil transponedor de “Watchmen”, obra maestra de Alan Moore ilustrada por Dave Gibbons) había logrado una genialidad visual: plasmar en el cine la estética y la paleta visual de la novela gráfica del genial Frank Miller, el mismo que gestó “Sin City” (otra transposición visual de registro diferente, de cuya dirección participó, y cuya secuela llegará este año también).
Miller mismo no ha terminado “Xerxes”, su continuación en cómic, pero participó como productor de esta secuela, con una historia más compleja que la anterior, en la que Snyder pasa al guión y la producción para cederle la dirección a Noam Murro. Si “300” se centraba en la batalla de las Termópilas, con el rey Leónidas encabezando su magra dotación contra el ejército persa, aquí el período de tiempo es más amplio, extendiéndose entre antes y después de las batallas de Maratón y Salamina.
Seducción y muerte
La trama se vuelve aquí casi shakespeariana, con juegos de amor y odio, de destinos fatales y madrugadas previas a la batalla. La historia arranca diez años antes de lo ya visto, cuando los atenienses se jugaron todo a un ataque sorpresa en Maratón, con una flecha de Temístocles derribando a Darío, rey de los persas. Pero allí salvó su vida su hijo Jerjes, que decidió convertirse en un “rey dios” (ya que sólo los dioses podían derrotar a los griegos, según los oráculos) apoyado por Artemisia, la comandante de la flota persa.
Ella misma, tan bella como sanguinaria, es un producto del peor lado de la cultura helena: griega de nacimiento, vio a su familia ser asesinada y violada por otros griegos, sólo para ser convertida en esclava sexual durante su adolescencia. Rescatada por un secuaz de Darío, se entrenó en armas y juró vengarse de ese mundo que la ultrajó.
Así, se desatará un ajedrez de intrigas, seducción y guerra entre el general compasivo y la impiadosa almirante, en el que los espartanos (encabezados por la reina Gorgo, viuda de Leónidas) tendrán chance de vengar a los suyos, ante los ojos del temible emperador persa.
Posrealismo
Se apuesta aquí a un juego de contraposiciones. Por un lado, en su personalidad y sus arengas, Temístocles es un opuesto de Leónidas: donde el espartano hacía un culto del honor guerrero y la muerte honrosa, el ateniense estimula la lucha por la vida del hermano, del compañero y se turba por cada viuda y cada huérfano surgido de su mando. Donde uno fue rey por derecho de sangre y revalidación de la fuerza, el otro es un general exitoso a la fuerza, al servicio de la democracia naciente.
Otro cruce (visualmente muy explícito) es el de los remeros libres de Atenas contra los galeotes encadenados de los persas: otra vez, es una batalla de hombres libres contra lo que Karl Marx clasificó como despotismo oriental, sociedad de monarca, súbditos y esclavos.
Además, hay juegos cromáticos: si en el filme anterior primaban los colores tierra combinados con los rojos de las capas espartanas, aquí el azul del mar y sus brumas se combinan con el azul de las capas atenienses.
Porque de eso se trata también: de la puesta visual posrealista, nacida de una estética de cómic que sirve de alimento a una nueva exploración visual del cine. Puesta que estetiza la violencia como forma de arte, con una sangre de alta viscosidad y unos movimientos coreográficos que se convierten en un ballet de la vida y la muerte (con cambios de velocidad incluidos, aporte de los hermanos Wachowski a la cinematografía). Todo esto producto de un retoque digital que no se esconde sino que deja ver las pinceladas de esa irrealidad cromática y cinética.
Cuerpos y rostros
Desde el punto de vista de los intérpretes, los protagonistas exclusivos son el poco visto Sullivan Stapleton y la muy vistosa Eva Green. El primero logra convencernos del héroe que debe llevar en la piel: aunque explote pocos matices, alcanza para darle forma al atribulado Temístocles, bastante seco en sus emociones. Y, como todos los personajes masculinos, tiene el physique du rôle para un fornido guerrero.
Por el lado de Green (el gran hallazgo de Bernardo Bertolucci en la inexplicable “Los soñadores”), explota el lado más gélido de su belleza para encarnar a la resentida y despiadada Artemisia. Y se luce en escenas “de cuerpito gentil”, en su intento por conquistar el alma del guerrero.
Fuera de ellos, algunos secundarios tendrán sus momentos: Callan Mulvey (Scyllias), Hans Matheson (Aesyklos) y Jack O’Connell (Calisto). Por otro lado, repiten Rodrigo Santoro (Jerjes), Lena Headey (reina Gorgo), David Wenham (Dilios) y Andrew Tiernan (Efialtes). Ellos le ponen el cuerpo a la explosión sensorial de este poema visual sobre la violencia.