30 noches con mi ex

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

MAMÁ SE VOLVIÓ LOCA

Una cosa queda en claro después de ver 30 noches con mi ex: nunca importó quién dirigía las películas protagonizadas y producidas por Adrián Suar. Ahora que él mismo se coloca detrás de cámaras y prueba en ese rol, la película no se aleja dos centímetros de lo que plantearon Dos más dos o Corazón loco, por poner dos ejemplos de dos directores diferentes: se podría decir que hay un estilo que fusiona diversas fórmulas de puesta en escena y temáticas, y que siempre han tenido que ver con una mirada autoral que el propio Suar indicaba desde la producción. Desde la puesta en escena se apuesta por una claridad narrativa muy televisiva, sin mayor vuelo, y temáticamente se busca impactar preferentemente en un público poblado de parejas integradas por gente de clase media (con aspiraciones) de más de 45 años y con varios años de convivencia. En esa complicidad con el lugar común del tipo que menciona a su pareja como “la jabru” radica parte de la efectividad del humor de Suar. El cómo se cuenta -entonces- queda siempre detrás. Lo entendieron Kaplan, Carnevale o Taratuto, y Suar ganó la confianza -y el oficio- como para hacerlo y que luzca profesional.

Hay una idea que Suar cada tanto retoma, algo que viene de la comedia clásica norteamericana y que tiene que ver con personajes femeninos imprevisibles que vienen a romper con un mundo masculino estructurado. Lo hacía la “Tana” Ferro de Un novio para mi mujer (seguramente la mejor película de Suar) y lo vuelve a hacer la “Loba” de 30 noches con mi ex. La diferencia sustancial es que mientras la “Tana” era divertida desde su mala leche para desconectar con un entorno social definido, la “Loba” (Pilar Gamboa haciendo lo que puede con lo que le dieron) es en verdad una enferma psiquiátrica y lo suyo es una acumulación de patologías. Lo que no deja de ser curioso en este film dirigido por el actor, es que cuando es evidente que el personaje que padece es el de ella, la película dirige constantemente su punto de vista al padecimiento de él, quien aparece como la verdadera víctima. De esta forma 30 noches con mi ex incurre en ese problema habitual de las películas de Suar, que lo imponen en la escena con una capacidad enorme para el aleccionamiento de su coprotagonista femenina. Aquí eso sucede de una manera sorprendente, ya que la película en determinado momento parece darse cuenta de eso (hay una discusión entre los protagonistas por ese mismo asunto), pero luego se olvida. Es como si Suar quisiera llevar constantemente la historia para el lugar común machista del tipo al que la mujer le rompe las pelotas (algo que por otra parte es fundante de los conflictos de sus personajes), sin asimilar que su mujer en este caso tiene un problema de salud.

Ahora bien, si la película pone en primer plano a un personaje con un grado de locura importante, y pretende hacer humor con eso, fracasa en sus intenciones de hacer comedia porque le falta locura e imaginación para poner eso en escena, más un ritmo que combine con lo imprevisible. Por el contrario, 30 noches con mi ex es como tantas otras comedias cinematográficas argentinas, incapaces de pensar el humor desde la imagen, muy chata narrativamente, resolviendo sus conflictos en extensos diálogos donde los personajes están estáticos. Y para peor, sobre el final le agarra la culpa acerca del tratamiento que le dio al tema psiquiátrico y pretende volverse seria, algo a lo que su falta de profundidad no ayuda en lo más mínimo. Es más, luego de haber utilizado al personaje de Pilar Gamboa y sus puteadas como único recurso cómico, cuestan afrontar la solemnidad y el melodrama sensiblero sobre cómo atender un asunto de salud. Hay algo en ese puente entre la comedia y el melodrama que no funciona.

De todos modos podemos llegar a afirmar que el debut de Suar en la dirección no es un fracaso, en función de que no desentona con el resto de su filmografía. Si funcionaba antes, seguramente funcione ahora. En todo caso el gran error de la película es confiar demasiado, hasta la auto-indulgencia, en la capacidad del actor para conectar con su público sin sumarle algo, una idea, que la vuelva distintiva.