30 noches con mi ex

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

La muy floja El día que me amen (2003) marcó el último intento de probarse en el terreno dramático para Adrián Suar, quien a partir de ahí se dio cuenta de que lo suyo era la comedia, un género donde ejecuta un mismo personaje que salta de película en película. Bien dirigido y guionado, Suar es eficaz y empático, como demuestran Un novio para mi mujer (2008), Igualita a mí (2010) y Dos más dos (2012). Caso contrario, ocurren cosas como El fútbol o yo (2017) o la abominable Corazón loco (2020).

Dirigida por él mismo, 30 noches con mi ex se ubica, felizmente, muy lejos de las dos últimas, aunque tiene un problema hasta ahora ausente en sus películas: más allá de la similitud entre todos sus proyectos, con su impronta costumbrista ABC1 volviéndose cada vez más notoria, Suar sabía jugar en equipo poniéndose al servicio del relato y de la eficiencia cómica del conjunto. No por nada uno de los personajes más recordados de las comedias nacionales contemporáneas sea la “Tana” Ferro de Valeria Bertuccelli en Un novio para mi mujer. Aquí, en cambio, todo está pensado en derredor de él.

Incluso el punto de vista le pertenece a su personaje, apodado el Turbo, aun cuando el auténtico centro gravitacional de la película sea Pilar Gamboa, que interpreta a la ex aludida en el título. Ella se llama Andrea, hace seis años que se separó de Turbo y tres que no se ven. Por esa razón se sorprende ante el pedido del médico que la atiende en el psiquiátrico –que parece un resort– donde pasó un tiempo internada: dado que Andrea necesita contención de un entorno cercano, la idea es que pase un mes viviendo con él y la hija de ambos para adaptarse a la vida fuera del nosocomio.

La situación, desde ya, no será sencilla, pues si lo fuera no habría película. Andrea es un remolino incontrolable, una sucesión de torpezas que molestan a Turbo y en especial a sus vecinos, una pareja a cargo de los desaprovechados Jorge Suárez y Elisa Carricajo. Entre karaokes de madrugada o un incendio en el edificio en el que, sin embargo, cenan esa misma noche, se agradece que estas situaciones sean retratadas sin superioridad moral, como si Suar comprendiera que reírse “de” un paciente psiquiátrico es un acto de dudoso buen gusto.

Lo cierto es que Turbo parece sufrir más que la propia Andrea. Recién en los últimos minutos Suar se corre del centro y parece ocurrírsele la idea de que quizás ella se sienta mucho peor que él, que todo ese caos es consecuencia de algo que Andrea no puede o no sabe cómo controlar. Una imposibilidad que Gamboa transmite con partes iguales de fragilidad y tensión, como si fuera animal herido que habla a través de sus ojazos redondos.