3 rostros

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El comienzo de 3 rostros es desgarrador: una adolescente filma con su celular un video-selfie en el que -en medio de un ataque de angustia- explica que siempre ha soñado con ser actriz y que ha sido admitida en una prestigiosa academia de Teherán, pero sus padres no aceptan ese futuro para ella. Luego de recorrer unos metros dentro de una cueva, se ve cómo mete su cabeza en una soga y se ahorca.

Ese video llega a manos del propio Jafar Panahi y la también reconocida actriz Behnaz Jafari, quienes viajan en camioneta a una zona del noroeste ubicada cerca de la frontera con Turquía y Azerbaiján (región de las que son oriundos los padres y abuelos del propio director de Esto no es un film). Allí, mientras siguen los rastros de la joven y buscan la cueva donde sucedió el hecho, verán que -detrás de las celebraciones, las tranquilas rutinas, los códigos y las tradiciones del lugar- se esconde una concepción bastante represiva contra las mujeres.

El video del suicidio, entonces, funciona como MacGuffin, como punto de partida para la veta detectivesca de la película, pero en verdad lo que más importa en 3 rostros es la mirada desesperanzada por momentos y humanista en otros sobre cómo se vive en el interior más profundo, rural y austero de Irán.

Esta road movie parece en varios pasajes -sobre todo en su segunda mitad y muy especialmente en su cierre- un homenaje bastante explícito al Abbas Kiarostami de películas como A través de los olivos, El sabor de la cereza y El viento nos llevará. Al fin de cuentas, Panahi se inició como asistente del mítico maestro y aquí sus caminos -aunque sea de forma simbólica- vuelven a cruzarse.