20.000 Besos

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Demasiado grandes para ser tan chicos

Sebastián de Caro además de cineasta es actor y guionista, también conductor radial y televisivo. Con 38 años, es autor de varias realizaciones independientes y con “Veinte mil besos” incursiona en la comedia romántica, más abierta a las expectativas de un cine menos elitista, con actuaciones, diálogos y situaciones de las recientes comedias románticas norteamericanas, protagonizadas por eternos perdedores en el terreno sentimental.

Por un lado, podría decirse que esta película cuenta la historia de Juan, un treintañero que está aburrido con su vida actual y la mejor forma que encuentra para cambiarla es regresando hacia atrás, a un tiempo donde la vida era más parecida a un juego sin complicaciones laborales ni afectivas. La nueva situación lo lleva a reencontrarse con ex amigos que también están pasando por situaciones parecidas, con lo que “Veinte mil besos” tiene mucho de satírico retrato generacional.

Abrumado por una rutina de trabajo oficinesco y pareja cama adentro, el protagonista, un día se separa sin planes a futuro, dispuesto a dejarse fluir en el río de una libertad recuperada, trasladándose en skate de un lado a otro, recobrando amistades y juguetes de colección perdidos en el tiempo. Así descubre a Luciana (Carla Quevedo) que no se parece a él en nada y sin proponerselo se va enamorando de ella.

Con discreto encanto

La comedia sintoniza con algunos comportamientos, sentimientos, obsesiones y códigos de su tiempo y lugar. Se amplifican las dudas, angustias y contradicciones con bastante humor ingenioso y oscuro. Igualmente -y en todo sentido- “20.000 besos” es una película muy lúdica, donde el director pareciera también estar jugando y el entretenimiento principal es estar siempre a la búsqueda del amor, que generalmente escapa o se malogra.

Aunque al film parece faltarle un remate más contundente, no deja de ser entretenido por su galería de personajes que despiertan empatía y ternura en el público, con actuaciones tan naturales y espontáneas que no parecen filmadas. Otro mérito es un peculiar sentido del humor con marca de autor, una comicidad fina que se burla de sí misma y de lo que sale mal.

Una particularidad del film es su buscado universo vintage, abundan las autorreferencias hacia videojuegos, músicos y películas. Hay homenajes a personajes favoritos como el Sylvester Stallone de “Rocky” o Jim Morrison; también a los personajes de ciencia ficción de “Star Wars” o “Volver al futuro”.

Como en “Los amores imaginarios” del joven director canadiense Xavier Dolan-Tadros existe una visión ombliguista del mundo, pero a diferencia de la temática gay, estos chicos reafirman su masculinidad en una permanente búsqueda de lo femenino. Por algo las seductoras boquitas pintadas de los créditos son un ícono del film, que anticipa desde su estética y banda sonora, que el tema es la búsqueda del amor de una mujer, siempre inestable y volátil como un enjambre de mariposas o de besos.

¿Mirada de género?

Las mujeres están omnipresentes en las fantasías y pesadillas masculinas. Tienen un papel bastante lateral cuando son vistas como objetivo de cacería, para lo cual Juan es el referente de sus amigos para ser consultado por su capacidad de inventar situaciones que les permitan conseguir chicas.

Pero si bien el relato está situado desde la mirada masculina y sus códigos, se problematiza la mirada sobre la mujer, cuando el protagonista termina enamorándose de Luciana (Carla Quevedo), una compañera de trabajo que es de alguna manera su opuesto y lo cierto es que el género femenino despierta admiración e intimida a todos, cuando aparecen en escena Las Hadas de Banfield (el grupete presentado por Carla) y también la notable humorista, especie de frontwoman todoterreno interpretada por Laura Cymer, quien los define como “niños encerrados en cuerpos de adultos”.

La narración transita entre el intento de desestructurar estereotipos mientras hilvana una historia simple pero con varias aristas interesantes, donde se acumulan diálogos supuestamente ingeniosos, con una visión que no le escapa a la sinceridad ni a la emoción más allá de la pose cínica y canchera.

En la película, hay bastante de borrador, de ensayo no completo, intuyéndose algo que pudo ser y al final no fue. Por momentos, el film avanza a los tropezones hasta decidirse a trascender de ser una “peli” hecha “entre” y “para” amigos.

“20.000 besos” crece cuando parece importar, y se confiesa, lo que parece ser un sentimiento de verdadero amor. También es disfrutable el aporte de una banda sonora efectiva, donde suenan temas pop del grupo Cosmo con regusto naif y azucarado.