20.000 Besos

Crítica de Marisa Cariolo - CineFreaks

The Minmay affaire

Esta es una historia de chico conoce chica, pero es mejor que lo sepas de una vez…esta no es una historia de amor. Con este parlamento comenzaba una de las películas indie más representativas de los últimos tiempos (500) días con ella y básicamente estas palabras nos adentraban en un mundo donde la búsqueda del amor verdadero, con todas sus falencias e inverosimilitud, era la fuerza motora de los actos de un pobre muchacho que creía haber encontrado a su alma gemela en una mujer que no correspondería más tarde a sus requerimientos amorosos.

Así, el público aprendió a valorar y consumir un nuevo tipo de comedia, más relacionado con la realidad, menos solemne y que brindaba una mirada honesta y descarnada sobre la falibilidad de las relaciones humanas .Los relatos románticos dejaron de a poco de retratar lo que “debía ser” el amor para empezar a mostrar pinceladas de vínculos más imperfectos, pero más reconocibles desde el bagaje de vida del espectador. La empatía comenzó a ser la moneda de cambio entre ese público ávido de ver historias reales y menos frustrantes que las que otrora el cine romántico ofrecía .Dejaron de aparecer los héroes y heroínas románticos para ser reemplazados por hombres y mujeres que simplemente buscaban relaciones sanas, pero que no por el mero hecho de la búsqueda se veían satisfechos en esa travesía emocional.

Recuperando esa tónica realista cinematográfica, Sebastián De Caro, con guión de Sebastián Rotstein, nos trae 20000 besos. En la autobiografía de Sinatra al hablar sobre su relación con el alcohol, el reconocido artista dijo “para un borracho una copa es demasiado y cien no son suficientes”. De Caro, basa su film sobre este principio, que eficazmente equipara al amor con ese estado de plena inconciencia autoinducida que adormece el sano juicio y nos invita a viajar con él en un mundo de excesos amorosos nerds. Claro emergente de la llamada Generación X, nos brinda una mirada ácida sobre el amor, acercándonos a aquellas grandes verdades reveladas que sólo se abrazan de madrugada y se olvidan nuevamente a la mañana siguiente.

20000 besos nos cuenta la historia de Juan (una excelente interpretación de un sólido Walter Cornas), un hombre de treinta y largos en plena crisis personal, inmerso en una relación que no lo satisface y con un trabajo que aborrece. Hasta que un día todo cambia y al separarse se ve frente a la disyuntiva de tener que decidir qué hacer por el resto de su vida: si seguir impulsado por la inercia o pegar el temido volantazo y reinventarse.

Así recurre a sus amigos de siempre (la barra), quienes lo esperan incondicionales y lo reciben con el mayor de los festejos, como quien regresa de la guerra tan temida. En el ámbito laboral, el jefe de Juan (Eduardo Blanco) le propondrá, totalmente imbuido de las nuevas tendencias de coaching -otro de los signos de nuestro tiempo- que junto a una compañera busquen nuevas actividades recreacionales para realizar los días viernes y así mejorar el ánimo de los empleados. La joven en cuestión es una encarnación de todo lo naif, infantil y aniñado que una mujer puede ser (gran actuación de Carla Quevedo) y la atracción no tardará en llegar, más allá de las diferencias que son cada vez más notorias y casi irreconciliables.

Juan, entonces, comenzará el camino del héroe amoroso, al principio casi sin quererlo, con una resistencia racional a someterse a los designios de una mujer que parece tan caprichosa como incomprensible, pero que poco a poco va logrando vencer todas las barreras que el sano juicio impone.

Este universo masculino, retratado a la perfección y generador de empatía instantánea, cuenta con las participaciones de Gastón Pauls, Clemente Cancela, Alan Sabagh y Alberto Rojas Apel. Juntos serán el equipo que llevará adelante la reinserción amorosa de Juan, pero no sólo eso. Serán los responsables de largas horas de tertulia noctámbula, perfectamente sazonada con consumo de sustancias relajantes o de charlas de plaza con cajas de pizza fría de por medio; o simplemente tardes de skate por la ciudad.

La amistad se convierte así en el refugio donde estos niños acotados al cuerpo de hombres intentan resistirse al inexorable paso del tiempo, algo así como antónimos vivientes de Tom Hanks en Quisiera ser grande. Son los infantes de los ochenta, que se criaron viendo Robotech -para los más fanáticos de esa serie el parecido entre el personaje femenino del film y Minmay es totalmente innegable y responde a un eterno debate moral de De Caro sobre el modelo de mujer a amar- jugando a videojuegos arcades, viendo films en formato VHS, que fueron adolescentes, skaters, amantes de los comics y coleccionistas empedernidos desde los noventa hasta la fecha.

Esta es la franja etaria a la cual el film claramente impactará de forma inmediata porque se verán reflejados en cada uno de los personajes magistralmente delineados; porque reconocerán situaciones que indefectiblemente formaron parte de su pasado y porqué no de su presente. Ese tal vez sea el mayor acierto del tono del film: el utilizar una anécdota para dar certeras pinceladas que ayuden a definir la idiosincrasia de una generación que hoy logra situarse detrás de cámara.

El aferrarse al pasado y a la niñez los lleva a remitirse constantemente a los films que los marcaron en esa etapa (El Padrino, Rocky, Volver al Futuro, Star Wars, etc.) y a buscar en ellos referencias que les permitan definir situaciones que los aquejan. También a seguir manejando un lenguaje lúdico para la solución de conflictos adultos e incluso para las cuestiones amorosas más intimas.

El film se convierte en un minucioso estudio de las razones que nos llevan a enamorarnos, de los amores fallidos, de la insensatez de la búsqueda de la perfección y del tal vez irremediable final que se esconde en cada comienzo.

20000 Besos se erige así de la mano de una exquisita banda de sonido como un film destinado a ser de culto para todos aquellos contemporáneos de su director, que supieron disfrutar aquellas comedias ochentosas de relaciones de amistad al mejor estilo John Hughes o incluso Steven Spielberg, donde el amor es uno de los motores pero no debe limitarse al amor de pareja.

Al desacralizar el amor ideal nos brinda una cosmovisión de las relaciones que nos permite sentirnos acompañados por ese otro tipo de vínculos: el amor al cine, a los ideales de la infancia, a la amistad incondicional.

Parafraseando con la apertura de (500) días con ella 20000 besos es una historia de chico conoce chica , pero es mejor que lo sepan …esta es una historia de amor que trasciende a la pareja, una historia de amor más allá de las formas de su ejercicio.