1945

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

Conmovedora alegoría sobre el remordimiento y la culpa

"En aquellos años (los del nazismo y el fascismo) aprendí a odiar las guerras… A comprender su condición absurda, su estupidez, su locura". – "Todas las banderas, incluso las más nobles, las más puras, están manchadas de sangre y mierda". (Oriana Fallaci)

Las guerras, sobre todo en Europa, han sido la acción cotidiana de cada siglo. Desde Darío, Agamenón y César hasta Hitler, Mussolini e Hirohito, la irracionalidad del poder fue una constante. Las ambiciones imperialistas primero, la carrera armamentista después, aunado a la conquista de territorios por geopolítica, y la rivalidad económica, han hecho del continente europeo un objetivo vulnerable a la codicia de uno o varios grupos de poder.

Water Benjamin sostenía que una historia vale si se le da voz a los “sin nombre”, o Hanna Arentdt que una política sólo vale si hace surgir aunque sea una “parcela de humanidad”, sobre lo expuesto por estos autores es posible visualizar el filme húngaro “1945” de Ferenc Török, basado en el cuento “Hazate#769;re#769;s” (Regreso a casa, 2004) de Gábor T. Szántó, novelista, guionista, poeta, ensayista y editor de la revista judía húngara “Szombat”.

Walter Benjamin también dice: “Hacer obra de historiador (…) significa apoderarse de un recuerdo, tal como surge en el instante del peligro.” “1945” posee esencialmente ese fragmento de la historia, ese regreso a casa, que restituye una parcela o un nuevo vestigio de humanidad a ese sujeto histórico expuesto a desaparecer. Gábor T. Szántó halló la manera de hacer visible y legible la palabra de los sin nombre, de los que eran sólo un número y una estrella amarilla, Les dio cobijo a los sin techo y reivindicación a los sin derecho y dignidad a los sin imagen.

En “1945”, se analiza otra de las caras de la Shoá (catástrofe) u Holocausto: el regreso de los supervivientes judíos a sus pueblos natales, de donde habían sido removidos hacia los campos de exterminio por los nazis y, en algunos casos, exterminados. Explora en la reacción de la sociedad húngara ante su llegada después de que, en el mejor de los casos, quedara inactiva ante la matanza de sus amigos y familiares o, en el peor, ayudara activamente a los alemanes. También plantea otro interesante dilema: ¿Cómo se puede reclamar propiedades antiguas, cuando las autoridades las confiscaron y redistribuyeron a nuevos propietarios que a su vez vivieron allí durante años?

Ferenc Török dirige su cámara casi exclusivamente a los aldeanos, interesado en reflejar cómo se desmorona su tranquilidad cuando se enfrentan a sus pecados del pasado, y en mostrar el ambiente asfixiante de caos existencial que ahoga a la aldea ante la llegada de dos extraños.

De esta forma, Török parece evocar al célebre director húngaro Béla Tarr, en particular su obra maestra de siete horas y media, “Sátántangó” (1994), que también sigue el desmoronamiento de un pequeño pueblo cuando uno de sus habitantes, presuntamente muerto, regresa repentinamente.

Hungría fue el país con mayor proporción de judíos en el siglo XX. A principios de los ‘30´ los gobernantes de turno aprobaban medidas que, por una parte, apuntaban a la imperceptible y escalonada exclusión de éstos habitantes, y por la otra pretendían evitar una persecución sistemática y violenta de los mismos.

Estos antecedentes permiten que la memoria del Holocausto esté tan arraigada en una ciudad como Budapest, y en general en la cultura húngara. Por lo tanto también en su cine. Como lo reflejó uno de los mejores filmes recientes sobre la Shoah que fue “El hijo de Saúl”, (2015 – premios Bafta, Globo de Oro y Oscar) de László Nemes. Su tema fue una inmersión en el núcleo de un campo de exterminio a través de la odisea de un prisionero que quiere dar sepultura al cuerpo de su presunto hijo. Posteriormente habla de otra catástrofe, la de los emigrantes serbios que quieren refugiarse en Hungría, durante la no muy lejana guerra de Kosovo, “Jupiter’s Moon” (“Jupiter holdja, Kornel Mundruczó”, 2017) En cierto modo a través de la autocrítica y la reflexión moral como patrón expresivo, el cine húngaro ingresa triunfal dentro de la cinematografía mundial, y especialmente europea.

En “1945” la trama es sencilla. Alguien se afeita nerviosamente en su casa, el alcalde Istvan (Peter Rudolf), a la vez que discute con su esposa adicta al éter (Eszter Nagy-Kalozy) que lo desprecia. Llega un tren. De él bajan dos judíos, el padre (Ivan Angelus) y su hijo adulto (Marcell Nagy), con sus “peiot” (especie de tirabuzones entre la sien y las orejas), “talit” manto de rayas negras, en recuerdo del exilio y la destrucción de Jerusalén. Sus ropas y sombreros negros, con dos cofres de madera que cargan sobre un carruaje. Empiezan un lento recorrido hacia el pueblo. Este trayecto resulta ser una funesta cuenta atrás para sus habitantes. Éstos creen que los recién llegados vinieron al pueblo a reclamar lo que es suyo y vengar a sus familiares, porque ellos los habían delatado a los alemanes y robaron sus pertenencias. "Tenemos que devolverlo todo", dice, el borracho del pueblo (Jozsef Szarvas).

“1945” traza un fresco costumbrista en el cual destaca, a través de sugestiones, el cúmulo de conflictos morales y sociales, y también el tiempo real del filme. El reloj de la estación marca la hora de llegada y luego la sostenida invocación del hijo del alcalde Szentes Árpád (Bence Tasnádi) la hora de partida. Ese tiempo señala la caminata de los dos hombres y el carro entre la estación, su paso por el pueblo, el cementerio judío como destino final, y luego su regreso al punto de partida.

A diferencia de películas con un tratamiento similar, Török abre un gran abanico de tramas y subtramas que no intenta cerrar. Esto origina en el espectador un continuo debate sobre el punto de vista de cada uno de los personajes. El filme está trabajado como si fueran capas de barniz, o matrioskas rusas o cajas chinas, que se superponen unas a otras, y a medida que transcurre la narración se va develando como la aldea se sostuvo sobre una base de traición.

El alcalde del pueblo, Istvan, determina la línea de acción principal. Con cada una de sus movimientos surge una nueva historia a lo largo de la historia, en las cuales aparecen nuevos personajes y nuevos conflictos; y, por lo tanto, nuevos puntos de vista en los que Török ahonda con insistencia. En cierta forma, algo semejante, ocurrió en el tratamiento de “La muerte de Stalin” (“The death of Stalin”, Armando Lannucci, 2017).

La evolución de la línea de acción, así como la de los puntos de giro, está canalizada por el sonido. De este modo se produce una supresión de la puesta en escena a favor del sonido extradiegético que varía en función de la historia.

El psicólogo alemán-estadounidense, Hugo Münsterberg, sostiene que la película no es una “obra de teatro filmada”, la película (the photoplay), afirma, está “liberada de las formas físicas de espacio, tiempo y causalidad” y “adaptada al libre juego de nuestras experiencias mentales”, es decir, “su validez estética está en su transformación de la realidad en objeto de imaginación”. Y aunque “1945” por momentos tenga la construcción de obra de teatro, no lo es. Como tampoco es un wertens aunque tenga cierta reminiscenci, o a lo mejor sea un guiño a dos filmes emblemáticos como “A la hora señalada” (Fred Zinnemann, 1952) y “3:10 to Yuma” (1957, Delmer Davis).

Török intenta plasmar la transformación de la realidad en objeto de imaginación. En su realización mediante ciertos aspectos formales. Existen tres momentos claves en que a través de las formas se determina la realidad fílmica. El primero de ellos vendría determinado por la posición concreta de cámara que se sitúa bajo el carruaje que acompaña a los dos judíos, moviéndose al son del balanceo del vehículo. El segundo, y más evidente, se produce cuando la frustrada novia sale corriendo de la farmacia en llamas mientras la cámara realiza un cambio abrupto de su escala través de un zoom in. El tercer, es cuando tras correr detrás de los dos judíos el pueblo enarbolando palas, hoces y tridentes queda estáticos tras los muros del cementerio en donde la cámara, en un emotivo “close up” muestra el entierro de unos zapatitos, un trencito de madera y otras pertenencias que viajaban en los cofres,

Rodada en un impresionante blanco y negro “1945” es una película: hipnótica, silenciosa y conmovedora. La fotografía de Elemer Ragalyi por sí sola es una auténtica maravilla y un disfrute de los sentidos, debido al uso exquisito de la iluminación y a sus poéticas e impactantes imágenes, como la espléndida toma final, de gran simbolismo, preñada de múltiples significados que cada espectador interpretará de manera diferente. A través de ella es posible visualizar que entre ese pueblo árido, de habitantes inhóspitos y los dos hombres judíos, está anexado al drama fundamental entre la inmensidad y el vacío del espacio exterior y la profundidad y soledad del espacio interior. Entre lo desmedido del afuera y la estreches del adentro que está colmada de dolor y sufrimiento.