1917

Crítica de Santiago Balestra - Alta Peli

1917, tensión presente en el marco de una justificada proeza técnica.

Ala hora de analizar 1917, hay una cuestión que se debe contemplar: Sam Mendes es un hombre tanto de teatro como lo es de cine. Incluso podríamos decir que es más un hombre de teatro que un hombre de cine. No tenemos que olvidar que hasta rodar su debut en la dirección, Belleza Americana, ya contaba con muchísima experiencia en las tablas de Londres.

¿Por qué es relevante tal dato para esta crítica? Porque tratándose de una película cuyo gancho de venta es la experiencia de una historia sin cortes, da seguridad que quien la dirige sea alguien que hizo “planos sin cortes” varias funciones por noche y en vivo durante años… solo que sin una cámara de por medio.

La Larga Trinchera

El guion es claro y sencillo, con una sencillez que hasta podríamos decir es funcional al desafío técnico al que se expone la película. Sin embargo, esa clara subordinación no es utilizada como una excusa para ser negligente en cuestiones dramáticas esenciales.

La motivación y las potenciales consecuencias son claras, el flujo narrativo sabe cuándo subvertir las expectativas. Hay un claro desarrollo emocional, yendo de la mano con una estratégica inteligencia para saber cuándo ocultar información al espectador y cuando revelársela.

La subordinación a la proeza técnica, naturalmente, les trae ocasionales desventajas en dos o tres pequeños detalles: estos pueden desafiar el verosímil, pero no lo suficiente para achacárselo como una contra que le baje calidad al film.

Lo que hace que este objetivo masivo (evitar un ataque que puede costarle la vida a 1600 soldados) sea cercano, es principalmente la apuesta personal (uno de esos hombres es hermano de uno de los soldados que lleva el mensaje de cese), pero es evidente que el ojo está puesto en el objetivo mayor. Esa apuesta personal es, en gran parte, lo que nos hace subir la adrenalina como espectadores y meternos más en el punto de vista de estos soldados, logrando que se aceleren las cosas porque la tensión ya está ahí, la urgencia ya está ahí.

Como buena película bélica que es, pueden esperar grandes escenas de acción. Paradójicamente, las que más sorprenden por su ejecución son aquellas que no involucran un intercambio de fuego. Ejemplo de esto es una escena en un bunker alemán, donde los soldados ven unos sacos distribuidos por todo el lugar… del mismo modo que los soldados, el espectador nunca se imaginará el por qué de semejante detalle dejado por los alemanes.

Decir que 1917 es solo una proeza de cámara es despreciar los miles de detalles nutridos que tiene su puesta en escena. Para empezar, goza de un prodigioso trazo escénico, donde la cámara y los actores están en un ballet coordinado de deliciosa precisión. Donde cada alejamiento y acercamiento entre ambos es de una gran naturalidad. Una naturalidad que le permite determinar cuándo debe acentuarse la tensión y cuándo se debe alcanzar el segundo aire.

Otro detalle que posee es su diseño de producción. Desde el primer encuadre, Mendes y su equipo se preocupan por crear un espacio característico que ostente tanta personalidad como los protagonistas. Detalles tales como los sendos cadáveres diseminados por el campo de batalla, los casquillos de descomunales calibres con los que se tropiezan los soldados, y los laberintos de edificios destruidos.

Tampoco se puede obviar el uso de los colores. Tenemos que hablar de la notable (sí, otra vez) fotografía de Roger Deakins, pero no tanto de los movimientos de cámara sino de su uso de la luz. Las secuencias diurnas están capturadas con una palidez que se acopla perfectamente a la suciedad de la textura de los escenarios. Y en las escenas nocturnas, donde predomina el fulgor naranja del fuego y el contraluz que deja a los personajes en silueta, consigue realmente brillar con un trabajo casi reminiscente del tercer acto de Skyfall, film de Bond en el cual Deakins también estuvo a las órdenes de Mendes.