1917

Crítica de Guillo Teg - El rincón del cinéfilo

Para disfrutarlo como el verdadero espectáculo que el cine suele regalarnos a veces

El relato bélico (o antibélico, según se lo mire) en formato cinematográfico sigue siendo apasionante más allá de los resultados que, por supuesto, han sido dispares a lo largo de más de cien años de producciones. Si bien Hollywood insiste en mostrarnos buenos exponentes de la guerra moderna como “Francotirador” (Clint Eastwood, 2017) o “Vivir al límite” (Kathryn Bigelow, 2008), la verdad es que las dos guerras mundiales (y tal vez la de Vietnam), continúan al frente de las preferencias en orden general. En este sentido no hay eufemismos sobre de qué guerra habla “1917”, el estreno de esta semana que se llevará tres o cuatro premios Oscar el domingo 09 de febrero, incluyendo mejor película.

Momento de tenso descanso en las trincheras británicas. Schofield (George MacKay) es abordado por un superior para lo que él cree será un encargo de rutina, y ante el pedido de un partenaire para cumplirla elige a Blake (Dean-Charles Chapman). El encargo en realidad es una misión suicida descripta por el General Erinmore (Colin Firth): hay que atravesar campo propio y luego una trinchera alemana para avisarle al jefe de un regimiento. que se encuentra unas millas más adelante, que pare el ataque contra el repliegue alemán porque se trata de una trampa mortal. Schofield no puede negarse por cuestiones de rango, pero además está determinado a ir ya que su hermano mayor está en ese regimiento y debe salvarlo. En definitiva, dos soldados deben atravesar líneas enemigas para cumplir una misión durante la primera guerra mundial. Hasta aquí argumentalmente nada nuevo bajo el sol ¿Se acuerda de “Gallipoli” (Peter Weir, 1981) por ejemplo? No obstante eso será lo de menos porque la verdadera estrella aquí es la forma.

En estos primeros minutos habrá una cantidad de información que parece irrelevante al principio, pero luego, el muy buen guión de Krysty Wilson-Cairns y Sam Mendes, la utilizará sistemáticamente como parte funcional, dramática o humorística del filme. Todo lo que vemos y oímos tendrá su minucioso cierre, desde una cantimplora a una bengala; pero también sutilezas que justificarán el cambio de protagonista. aunque el camino del héroe permanezca intacto.

En una entrevista, Sam Mendes contó que su opus se basa casi íntegramente en historias de la Primera Guerra que su abuelo le contó. Pequeños relatos y anécdotas sin necesaria correlación unas con otras pero que aquí, como si fuesen etapas o niveles de un video juego, el director logra amalgamar en una película que brinda la sensación de estar hecha en una sola toma-secuencia perfectamente lograda, y que se acerca más a los trucos de “Birdman” (Alejandro González Iñárritu, 2014) que a esos preciosos planos detalle a los que Alfred Hitchock iba y volvía en “Festín diabólico” (“La soga”, 1948).

Pero más allá del truco el otro prodigio es técnico, y en esto “1917” se codea un ratito con “El arca rusa” (Alexandr Sokurov, 2002) por el enorme engranaje coreográfico puesto en marcha en cuanto a la sincronización y coordinación de dobles, extras, sonidistas, objetos, vehículos y protagonistas puestos a disposición del despliegue escenográfico de cada momento de la realización. Las escenas en las tres trincheras (principio, medio y final de la historia) son para recortar, colgar en un cuadro y mirarlas de vez en cuando. Por cierto, cabe mencionar la mayor de las virtudes: en ningún momento lo mencionado anteriormente pasa al frente opacando o eclipsando la narración. El director logra que su forma no interfiera con el contenido que es mucho y variado. Tampoco alza las banderas del alegato antibélico, porque ésta producción se asume como lo que es: una aventura que no pretende ser otra que eso y de paso mostrar, sutilmente, aquello que estaba muy presente en el gran documental “Jamás llegarán a viejos” (2018) de Peter Jackson. La impronta de chicos británicos que creyeron que ir a esa guerra estaba más cerca de un campamento de verano que de un horror omnipresente.

El buen trabajo de la dupla protagónica, comprometido física y emocionalmente apuntala el resultado final, junto con un tremendo diseño sonoro y una dirección de fotografía del veterano Roger Deakins que hace caer la mandíbula al piso.

Estamos lejos de la profundidad de referentes como “Blanco y negro en color” (Jean Jaques-Annaud, 1976) o “La cinta blanca” (Michael Haneke, 2012), porque “1917” es una película más de acción que de reflexión, y debe tomársela como tal para entenderla y disfrutarla como el verdadero espectáculo que el cine suele regalarnos a veces.