1917

Crítica de Cecilia Della Croce - Ociopatas

La premisa de 1917, la nueva película de Sam Mendes que hace un par de semanas se alzó con dos premios Golden Globe como Mejor Drama y Mejor Dirección, y que es candidata al Oscar en 10 categorías, tiene algunos puntos de contacto con el recordado filme de 1998 dirigido por Steven Spielberg: Salvando al soldado Ryan. Este drama bélico británico, que transcurre durante la Primera Guerra Mundial, tiene lugar en territorio francés y se inicia con una misión casi imposible: en una carrera contra el tiempo, dos jóvenes soldados deberán cruzar la “tierra de nadie” hasta el territorio enemigo para entregar un mensaje que evitará una emboscada mortal contra un batallón de 1600 soldados, entre los que se encuentra el hermano de uno de ellos.

Basándose en parte en las experiencias relatadas por su abuelo, quien fuera cabo en la Primera Guerra Mundial, Sam Mendes escribió el guion de esta historia tan apasionante como conmovedora y tan desgarradora como bella. El director logra que el público establezca una gran cercanía con los personajes, ya que, inspirado en películas como Paths of Glory, de Stanley Kubrick (1957), recurre a largas tomas para dar la sensación de un plano secuencia. El efecto consigue gran impacto gracias a un impecable montaje con “cortes invisibles” a cargo de Lee Smith, quien perfeccionó técnicas concebidas por el mismísimo maestro Alfred Hitchcock. Este prodigio técnico, que exigió la construcción de casi dos kilómetros de trincheras en Escocia y llevó dos meses de ensayos antes de comenzar el rodaje, le imprime a la historia un ritmo narrativo que mantiene la tensión y la atención, y al mismo tiempo pone en primer plano la dimensión humana de la epopeya, colocándonos junto a esos hombres de carne y hueso, puestos a prueba hasta el límite de sus fuerzas en el salvaje cuerpo a cuerpo de una guerra de trincheras.

La crueldad del campo de batalla, donde abundan los campos minados, el alambre de púas, los cadáveres y las ratas, alterna con momentos no exentos de cierto tono que roza lo melodramático, pero que se redimen en escenas que logran un vuelo poético, gracias a la extraordinaria fotografía de Roger Deakins (en particular en secuencias como la de los pétalos de cerezo o las ruinas de la iglesia iluminadas por el fuego de un bombardeo). La banda sonora también subraya la cuerda emotiva, que alcanza su punto culminante con la canción 'The Wayfaring Stranger', interpretada a cappella por Jos Slovick en el medio del bosque a modo de plegaria o spiritual, ante el pelotón que se dispone, ciega y resignadamente, a obedecer órdenes y “cumplir con su deber”, jugándose la vida para poder “volver a casa”.

En definitiva, 1917 es una película de guerra diferente, que cuenta con sobrados méritos para alzarse con las múltiples nominaciones y premios que viene cosechando en esta temporada.