13 pecados

Crítica de Emiliano Basile - EscribiendoCine

La idea era buena

Dirigida por Daniel Stamm (El último exorcismo) y remake de la tailandesa 13 Game Sayawng (2006), 13 pecados (13 sins, 2014) es una película excesiva –en sangre, efectismos, y situaciones inverosímiles- que pierde sentido con la misma fuerza que adquiere gracia con el correr de los minutos.

La película comienza con el protagonista Elliot Brindle (Mark Webber) que, luego de caer en desgracia en el peor día de su vida (pierde su empleo a punto de casarse, con su mujer embarazada, hermano discapacitado y padre enfermo a quienes atender), recibe una llamada telefónica invitándolo a participar en un concurso. Si acepta, recibirá la consigna de un desafío, si lo cumple, se le acreditan automáticamente en su cuenta una suma importante de dinero.

De este modo atraviesa trece pasos, cada uno por un incremento mayor en su cuenta bancaria, y un dilema ético-moral superior que cotejar. Si cumple los trece desafíos será millonario, sino, perderá todo lo recaudado hasta el momento. La idea es delirante pero atractiva, decisiones que implican consecuencias difíciles de afrontar. Pero hay otras alternativas, las de la película, que terminan por elegir el peor camino.

Dicen que en la primera escena de una película quedan esbozados los caminos de lectura de un film. En 13 pecados el prólogo no es la excepción: anticipa el despilfarro posterior de una película que desde su premisa pintaba bien. Un hombre da un discurso y dice fechorías ante un salón de gala colmado de gente. Posteriormente le corta un dedo a la anfitriona y es baleado por la seguridad del lugar mientras intenta atender una llamada telefónica. Pero no es sólo aquello que se cuenta lo que da indicios de lo que sigue, sino el cómo. La escena es narrada de manera efectista, violenta y sanguinaria. Como si se tratase de la más divertida clase B. 13 pecados sigue esta lógica. A los diez minutos el verosímil se pierde por completo y las desproporciones quedan a la orden del día.

A David Fincher le tomó dos horas narrar los siete asesinatos de Pecados Capitales (Seven, 1995), y otras dos plantear el juego que el personaje de Sean Penn le proponía a su hermano (Michael Douglas) en Al filo de la muerte (The Game, 1996). Una extraña mezcla aleatoria entre ambas películas pero filmada por el Peter Jackson de Mal gusto (Bad Taste, 1988) es 13 pecados, que resuelve en una hora los trece desafíos de sus noventa minutos de extensión. No hay tiempo para una curva dramática creíble, ni explicaciones varias a diferentes sucesos. Sólo queda relajarse y entregarse con gracia al film que termina siendo más apropiado a los sábados de súper acción que al thriller existencial que pretende ser.