120 pulsaciones por minuto

Crítica de María Noel Do - La Capital

“Venimos a hablar del sida ya que el Estado no lo hace”, dice en perfecto francés el actor argentino Nahuel Pérez Biscayart en “120 pulsaciones por minuto”, el filme del director franco-marroquí Robin Campillo, ganador del Gran Premio del Jurado y del Fipresci en Cannes, además de elegida por Francia para competir por el Oscar a mejor película extranjera, nominación que se dará a conocer el 23 de enero próximo.

   Ambientada en los 90, trata sobre la batalla (todavía hoy vigente) que libran día a día los portadores de VIH. Fue una década en la que poco y nada se sabía sobre el sida, en la cual el Estado y los laboratorios farmacéuticos no daban ni tenían respuestas, a la par que la enfermedad se expandía y se cobraba víctimas muy jóvenes, consumidos en poco tiempo por el virus.

   Focalizada en el grupo Act Up (colectivo militante formado en 1987), es la historia de Sean (un gran Nahuel Pérez Biscayart) y su pareja Nathan (Arnaud Valois) ambos participantes del colectivo y portadores. La película va y viene de la vida privada a la vida pública de sus protagonistas, detalla aspectos médicos y clínicos de la enfermedad (células T4, candidiasis oral y los efectos secundarios del AZT), y las reuniones que mantenía el grupo ante cada acción a tomar, manifestaciones pacíficas o violentas, escraches a laboratorios y entrega de preservativos en escuelas.

   El director logra un filme sin golpes bajos, un drama por momentos casi documental y con una gran dosis de realismo dada por el manejo de cámara, dando un respiro con poéticas imágenes de noches en discotecas y de los cuerpos desnudos de sus protagonistas. Una historia de amor atravesada por la enfermedad así como también por la libertad y la esperanza.