120 pulsaciones por minuto

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Son los primeros años de la década del ´90 en París. Ya se sabe perfectamente lo que el HIV provoca en la salud de las personas y cómo terminan. Un grupo de activistas jóvenes luchan todas las semanas para que el gobierno los proteja y ayude en mejorarles la calidad de vida y, si es posible, encontrar una cura para su enfermedad.

Este modelo de protesta nació durante 1989 en Nueva Cork, y esa idea se trasladó a Francia con el mismo objetivo e igual fuerza. Uno de sus miembros fundadores franceses fue Sean (Nahuel Pérez Biscayart), un activista con mucho coraje y decisión por intentar cambiar las cosas. Cabe aclarar que no se trata de una biografía real, pero está basado en varias personas que participaron activamente en ese grupo.

El director de este film, Robin Campillo, estuvo involucrado en las acciones de dicha agrupación, y desde su experiencia intenta recrear una época y una causa que sacudió la pereza y la desidia de la ciudadanía, los laboratorios de medicamentos y, fundamentalmente, la del gobierno.

La película narra las vivencias, luchas, discusiones, manifestaciones callejeras, como también, de intromisiones en un laboratorio específico para exigirles que se apuren con la producción de un medicamento para tratar la enfermedad, o en un colegio secundario, para concientizar al alumnado de cómo cuidarse.

Pese a que sabían que ante cada manifestación iban a terminar presos, ellos estaban decididos a pelear pacíficamente para hacerles cambiar de parecer a los poderosos.

En paralelo a las actividades de esta congregación, el relato se va focalizando en lo que le sucede a Sean, su relación amorosa con Nathan (Arnaud Valois), y el avance de la enfermedad. El SIDA, progresivamente va haciendo estragos en su salud, y el deterioro físico es cada vez más notable.

Desde el comienzo de la narración se expone cuál es el conflicto y no se modifica el rumbo, no hay puntos de quiebre que hagan virar la historia.

El film está sostenido, fundamentalmente, por la gran actuación del protagonista, tanto por sus gestos como por el cambio corporal, acorde a la enfermedad que tiene que representar. Porque Sean, como el resto de sus compañeros, transitan por varios estados emocionales. Oscilan entre el drama y la euforia, la bronca y la pasión, el sufrimiento y la resignación. Una variedad de sentimientos y sensaciones recorren estas personas que pelean para que no los discriminen y atiendan sus urgentes necesidades, es el motor que poseen para no cejar en la lucha despareja, no sólo contra una cruel enfermedad, sino también contra el desinterés de la sociedad y el Estado.