12 horas para sobrevivir: El Inicio

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

UNA PROPUESTA AGOTADA (Y AGOTADORA)

Hay que reconocer que el concepto que rodea a la saga de 12 horas para sobrevivir (horrible título local para el original The Purge, que podría traducirse fácilmente como “la purga” o “la expiación”) es atractivo por más que invite al trazo grueso: la idea de que en un Estados Unidos distópico se reserven doce horas al año para que la población cometa cualquier crimen sin castigo –con el agregado de que el cumplimiento de ese ritual permita solucionar la mayoría de los problemas socio-económicos, trayendo un nuevo “orden”- es un trampolín para una multiplicidad de historias viables. Desafortunadamente, la franquicia nunca llegó a explotar totalmente su potencial: la primera entrega era un típico thriller de invasión hogareña discretamente ejecutado; la segunda fue la más lograda a partir de cómo utilizaba el espacio urbano y los niveles un tanto absurdos de violencia; y la tercera se dejaba llevar en exceso por la alegoría política. Esta cuarta parte repite defectos de la primera y la tercera, y casi ninguna virtud de la segunda.

Lo cierto es que 12 horas para sobrevivir: el inicio es una precuela de los anteriores films, centrándose en cómo se llevó a cabo de manera experimental la primera Purga, impulsada por los Nuevos Padres Fundadores, una tercera fuerza política que llega al poder gubernamental a partir de una crisis económica sin precedentes. El experimento se realiza en Staten Island, uno de esos distritos plagados de pobreza y criminalidad en las afueras de Nueva York, convocando a la participación voluntaria a partir de la incentivación económica. La película de Gerard McMurray va desplegando, de manera bastante errática, distintas subtramas y personajes: hay una chica que milita en contra del experimento pero que tiene un hermano que acepta participar porque necesita dinero; el jefe narco del barrio (y ex de la militante) que teme lo que puede deparar la Purga porque no puede controlarla; un psicópata y otros criminales que ven la chance de cometer toda clase de atrocidades y saldar cuentas; una doctora (Marisa Tomei, totalmente desperdiciada) que diseñó el experimento pero pronto se da cuenta que las pruebas pueden ser fácilmente alteradas de acuerdo a los deseos de los poderosos; y claro, las autoridades gubernamentales, que están dispuestas a todo para mostrar que la idea de la Purga es viable, lo cual incluye infiltrar a mercenarios para agiten la violencia en la zona y, de paso, liquiden a una buena cantidad de pobres.

El gran problema de este despliegue es que el film, a pesar de todos los personajes que presenta, siempre está más preocupado por bajar línea política, y con un nivel de trazo grueso digno de un informe de Roberto Navarro. Los discursos que se van sucediendo sobre la violencia imperante en las personas, la cultura armamentística, las luchas de clases, el racismo, cómo el Estado quiere deshacerse de los pobres, las manipulaciones gubernamentales o el rol de los medios no solo carecen absolutamente de originalidad –de hecho atrasan como medio siglo- sino que se repiten a lo largo del metraje, una y otra vez, hasta el hartazgo. Y como encima no hay personajes sino meros estereotipos mínimamente funcionales al guión, solo queda el mensaje, al que se le notan rápidamente las contradicciones e incoherencias. Por eso queda muy en evidencia el inverosímil del recorrido que hace el jefe narco, que casi instantáneamente se convierte en un épico defensor del bienestar de las personas a las que les vendió drogas durante años; o la hipocresía de la puesta en escena, que pretende criticar el exterminio de los indefensos mientras busca formas cada vez más rebuscadas de exponer matanzas.

Todo es tan banal y superficial en 12 horas para sobrevivir: el inicio que, a pesar de su tono impostado y solemne, ni siquiera ofende. Tampoco funciona como involuntaria sátira política. Estamos simplemente ante un film aburrido e intrascendente, cuya fórmula de base está agotada o, quizás, nunca utilizada de la manera adecuada. No hay suspenso, terror, acción ni política; solo discursividad vacua y personajes fácilmente olvidables.